El Cruce
Álvaro Fernández Gigante | Víctor Gigante

Nunca me gustaron las tormentas. En mi experiencia como agente, cuando un caso se estanca y una borrasca se acerca, nada bueno espera en la profundidad de la tempestad. El coche está frío y el asiento del copiloto se siente bastante rígido, debe estar estropeado. Aunque más rígido está mi compañero, el clima dificulta bastante la conducción y se le nota bastante tenso. La calefacción está en marcha, pero hace escasos minutos que abandonamos el Cruce y al Seat todavía no le ha dado tiempo a calentarse. Apoyo la cabeza en el lateral y observo la oscuridad de la noche. Miro por el retrovisor y el chaparrón que cae sobre esta comarca boscosa de la provincia de Valencia me impide ver con claridad las luces del pueblo al que mañana tendremos que volver. Una nota encontrada a unos kilómetros de aquí nos hace abandonar el puesto temporalmente. Me incorporo de nuevo y el limpiaparabrisas, con un esfuerzo hercúleo, logra mostrar durante apenas tres segundos el coche patrulla que nos acompaña delante.

Intento ordenar las ideas en mi cabeza. En las pasadas elecciones del 14 de marzo el alcalde del Cruce con una alta probabilidad de reelección desaparece sin motivo aparente. La investigación policial hasta el momento barajaba un posible secuestro. Algún asunto municipal que le hubiera creado enemigos o alguna deuda pendiente que requería de un alcalde extorsionado para ser saldada. Desde la denuncia se estableció un cinturón de controles en los accesos para controlar el contenido de los vehículos que entraban y salían del municipio. Sin embargo, ayer lunes tres de abril llegó al puesto de mando una grabación del hostal al este de la localidad. El archivo apenas aporta unos segundos de material útil para la policía, pero mostraba una imagen que viraba por completo el rumbo de la investigación. Se podía apreciar que ayer, a escasos metros de la gasolinera en la que estábamos tomando un café, a poca distancia de éste vehículo y del que tenemos delante, un varón vestido con gabardina negra y sombrero beige pasaba agachado detrás de un pequeño muro próximo al hostal, en dirección de hecho, a la propia gasolinera. Esta vestimenta coincide con la que llevaba el alcalde la última vez que lo vio su hija, el pasado 14 de marzo. Se plantea entonces una pregunta: Si el alcalde está libre, ¿por qué decide permanecer escondido? Algún motivo habrá para que… De golpe todos mis pensamientos se vieron distraídos por una potente explosión perfectamente audible a pesar del bombardeo constante de gotas sobre el coche. Un pequeño destello blanco emanó de la rueda izquierda trasera del patrulla que llevábamos delante.

Mientras un brusco frenazo preservaba la vida del agente Almarcha, éste observaba como el pinchazo desestabilizaba por completo el vehículo de sus compañeros, que tras deslizarse por el pavimento se empotró contra el pino más cercano. Sus compañeros salieron conmocionados del vehículo sin daños aparentes. Almarcha no se movió. Abrió la línea de la emisora y dijo: “Cae sangre del maletero”.