EL CUERPO DEL DELITO
Raquel Arriero Ventura | NIKITA

Observé con sorpresa el cuerpo del delito. Había sido un desafortunado accidente, pero, ¿me creerían? Probablemente no, la respuesta era clara. Con mis antecedentes no me quedaba otra opción que buscar una coartada que resultara convincente. Mi mente delictiva comenzó a bullir; actuaría como había hecho en otras ocasiones. ¿Qué pruebas podía haber en mi contra? Nadie me había visto, no había testigos. Sólo tenía que borrar concienzudamente mis huellas y actuar de forma inocente. Eso se me daba bien, más que bien, era un experto. Sí, sería fácil. Aunque estaba infinitamente nervioso, asustado, inquieto. Ella llegaría pronto. Era una detective experimentada. Sopesaría todas las opciones. Haría mil y una pesquisas. Recogería pruebas, elaboraría hipótesis… pero no, no tenía base ninguna para dudar de mi inocencia.
Entonces sonó la puerta, ese sonido de llaves habitual que anunciaba su llegada. Entró con aire despreocupado pero cansado, casi exhausta. Al llegar a la zona cero, escudriñó el cuarto. Pasaron unos interminables minutos, quizás segundos, no sé, pero se hicieron eternos. Como el mejor de los sabuesos siguió mi rastro. El aroma de culpabilidad estaba en el ambiente, ella detectaba aquella fragancia casi de forma innata. Yo seguía mi plan inicial y con aire inocente disimulaba dormitando pacientemente. Entonces estalló:
— ¿Otra vez? ¡Te juro Yaco que como vuelvas a romper otro jarrón vas a acabar con tus huesos en la perrera! —y se marchó a la ducha como hacía siempre después de su jornada laboral.
¡Vaya! —pensé— parece enfadada, pero creo que no me ha descubierto. Otra vez le he dado esquinazo. ¡Por los pelos en esta ocasión!
Y continué relajado en mi cama de visco-látex último modelo.