Cuando salió a fumar un cigarro con el pertinente café mañanero, le vinieron a la cabeza las primeras estrofas de “Un buen día” de Los Planetas. La noche anterior había dejado hecha la comida. Cocido.
Cogió su cazadora de cuero y las llaves para salir por la puerta del patio. Notó un olor distinto al acercarse, como de óxido, y lo vio enseguida. Un cuerpo. Un cuerpo muerto de un disparo, vaya. Porque es imposible que viviera con la cantidad de sangre que se veía alrededor.
“Un buen día” se había convertido en “Pesadilla en el parque de atracciones”, también de Los Planetas. No sabía qué hacer. “Pero quién coño tiene pistola, ni que fuera esto el Bronx”. Se encendió un cigarro mientras pensaba vertiginosamente. “A ver, céntrate. Este hombre tiene unos 50 años, me suena la ropa, aunque no sabemos quién es y está en la puerta de tu casa. Tú no tienes pistola, pero te vas a ver metida en un berenjenal de declaraciones ante la policía y en el juzgado. En realidad, muchos días sales de casa por la puerta de delante, si hoy lo hubieras hecho, no habrías visto al muerto ni estarías aquí pensando en esto. Mira, me voy al coche, si me preguntan, he salido por la otra puerta y aquí paz, y después Gloria.”
Al llegar al trabajo sus compañeros estaban arremolinados en corrillos hablando de lo que se podía vislumbrar en las oficinas. Allí estaba la mujer del jefe, debatiéndose entre derramar lágrimas y gritar, hablando con las trabajadoras de administración. Entre las conversaciones captó que el jefe no iba a su casa desde el día anterior y que nadie sabía nada de él.
No hay que ser detective para descubrir de qué le sonaba la ropa del muerto. “Por favor, mi jefe muerto y asesinado en la puerta de mi casa. Y su mujer llorando porque cree que se ha ido a un puticlub.” Fue al vestuario a ponerse el uniforme y un grito ahogado salió de lo más profundo de su garganta cuando se vio las piernas llenas de gotas de sangre seca.
Se dirigió al supervisor para decirle que tenía que salir con el estómago en la boca. “Dios mío de mi vida y de mis entretelas, pero por qué estoy llena de sangre, si no tengo la regla ni nada. No puede ser de mi jefe, si yo ayer ni le vi. Y ahora qué hago, ¿descubro al muerto? ¿Y si la sangre es suya?”.
Al llegar a casa intentó serenarse y decidió poner el cocido a fuego bajo para que fuera calentándose y al mover la olla, la notó excesivamente pesada. Abrió la tapadera y observó un bulto negro que sobresalía de un caldo rojo. Metió la mano y sacó una Smith and Wesson pringada de grasa y con hebras de pollo.
«Asesina y sin comida».