EL DOCTOR
JUANPEDRO FONT BROCH | JP

El doctor Mento tenía su consulta en la calle del General D. Pie famosa por tener la única escultura ecuestre en la que el caballo cabalgaba al caballero. En la batalla en que murió hirieron a su caballo, el animal dobló y el general fue a parar al suelo. Magullado optó por retirar a su montura malherida hasta la retaguardia para que el veterinario Dr. Don Laicmondey hiciera otra de sus prodigiosas curas con Habidacuenta que así se llamaba el corcel. Consiguió que el pavo para el día de acción de gracias regurgitara el reloj de pared del Mayor K. Clupdeful con péndulo y todo. Y lo mejor es que desde entonces no retrasa. El esfuerzo fue inhumano y el general murió en el intento. Sus últimas palabras están grabadas al pie del monumento: Buff. La guía Carla Magna cuenta el suceso adornado con sabrosos detalles tanto del general como del equino al que acaba emparentando con Rocinante. Todo esto favorecía a Mento, la excesiva duración de las explicaciones produce lipotimias y desvanecimientos en las jovencitas y ataques de tos en los jubilados. El ayudante del doctor, un muchacho de buen porte y pocas luces, rondaba entre el grupo y al primer desvaimiento les indicaba la consulta de su mentor. Ferrero Ochoa le estaba muy agradecido por haberlo recogido cuando su madre le abandonó dentro de una caja de yogures caducados y envuelto en el periódico del día anterior, tal vez de ahí provenga su retraso. Aquel fue un buen día pues hacía mucho calor y a los pocos minutos de empezar la charla ya había caído una de las turistas del grupo de japoneses a los que se había añadido una familia holandesa. Anetta van der Bola era una virginal jovencita entre rubia y pelirroja como la mayoría de los nederlandos más acostumbrada a las brumas de sus landers que a los rigores solares de estos lares. Carla aun en la infancia del general en el internado y la mayor de los van der Bola ya en el suelo, su padre Quess van der Bola no paraba de gritarle, la madre no dejaba de llorar y al pequeño I van der Bola nadie le hacía caso como suele ser habitual en las familias del Benelux. Ferrero salió raudo a ayudar a la joven aprovechando para tentarle las carnes y viendo que era perfecta para los planes del doctor le indicó a la madre la dirección de la clínica. Esta le pidió al energúmeno de su marido que cargara con la niña. Una vez allí les convenció de que quedaba en buenas manos y bajaran a refrescarse a la cantina de Joe Melobebo que estaba justo enfrente. El doctor entró en la salita donde se encontraba la joven sobre una camilla tapada con una sábana y tras echarle una rápida mirada dijo con satisfacción: muy bien Ferrero, muy bien. Prepara el instrumental y ve cortándole los pies y las manos mientras yo me cambio.