El Dolor de tus Ojos
Carmen Costa Nine | Carmen Nine

El hombre de blanco acababa de doblar la esquina y Carmen Nine iba en pos de él.
Desde niña quiso ser detective. Tantísimas novelas de misterio, fascinada por el proceso analítico que el protagonista usaba para desgranar enigmas.
Pero al final la realidad era diferente. Maridos celosos, mascotas perdidas, cosas así…
Hasta ahora.
Un paquete anónimo con 5.000€, una fotografía y una nota: <>.
Y con precisión milimétrica, el tipo salió del portal, paró a comprar una rosa y dobló la esquina.
Carmen lo siguió. Lo vio parar frente a una chica morena a la que entregó la flor, y entraron al bar adyacente.
El garito rezumaba somnolencia. Se habían sentado frente a la barra y Carmen se subió a un taburete de espaldas a ellos, intentando escuchar. Sólo fragmentos. “Sí. Tengo dos hermanos…” (Lo suficiente; una primera cita).
Horas después seguían esforzándose en ser encantadores, y Carmen no veía la hora de llegar a casa y tirarse al sofá con una botella de Ballantines.
23:00. Se levantaron. Ella tambaleante mientras el hombre de blanco rodeaba su cintura en dirección a la puerta.
Al pasar a su altura, susurró:
-Me encanta el dolor de tus ojos.
Mil alarmas se encendieron en su mente. No sabía si por el tono cavernoso y húmedo de esa voz, de repente tan distinta, o si porque por un instante, dudó de a quién se dirigía.
Todavía estremecida, los vio salir y encaminarse en la misma dirección por la que habían llegado. Pronto estuvieron de nuevo frente al portal 2.
Ellos entraron y ella esperó. Algo estaba mal. Algo le mordía por dentro.
Mientras pensaba en sofá con whisky, el portal volvió a abrirse y el hombre de blanco salió en dirección contraria.
Sin pensarlo, se acercó y sacó una gazúa. Un movimiento preciso precedió al «clic» que abría la cerradura.
No sabía el piso, pero aun así, lo sabía. En la segunda planta volvió a sacar su ganzúa.
Entró bruscamente y miró alrededor. Nada raro. Muebles. Una puerta.
En la habitación vio a la chica morena esposada y sin ropa. El pelo le caía sobre la cara.
Su corazón era un tambor frenético, pero al acercarse y apartarle el pelo se petrificó…
La chica era ella misma.
Carmen cerró los ojos… y recordó.
Un match en Tinder. Una rosa. Un traje blanco.
Recordó las agradables horas charlando en aquel pub, recordó marearse, y luego… oscuridad.
Recuerda ahora esa casa, recuerda ser arrastrada a la cama y recuerda una aguja en el brazo.
Abre los ojos…
…pero la detective Carmen Nine ya no está en la habitación.
Sólo ella. Esposada con el cuerpo paralizado. La habitación a oscuras.
Lo recuerda todo, excepto cuánto tiempo lleva allí.
La puerta se abre.
Pánico.
El hombre de blanco, ahora desnudo, recorre a Carmen con la lengua susurrando:
-Me encanta el dolor de tus ojos…
Horror. Agonía.
Cierra los ojos.
Cuando los abre, el hombre de blanco acaba de doblar la esquina y Carmen Nine va en pos de él…
Pero tal vez hoy no acepte casos. Sólo quiere casa, su botella de Ballantines… y tirarse en el sofá.