El encargo
Cynthia Martin | Cynthia M.R.

Era un martes cualquiera para el inspector Juárez. Esperaba en el andén de Chamberí para un día más de rutina en la policía. Sin embargo, le bastó un instante para saber que esos ojos que le clavaban la mirada desde el vagón le iban a cambiar la vida. Un azul infinito que ahora, un mes más tarde, era captado por la cámara de la policía para su directo ingreso en prisión por homicidio.

Mientras el declarado culpable de cinco morbosos asesinatos –con esos ojos difíciles de olvidar– posaba de frente y de lado ante la cámara, reflexionaba Juárez sobre lo fácil que había sido dar presa al que los periódicos habían bautizado como el “asesino de los dientes”. A punto de jubilarse, el inspector había visto pasar sus dos últimos años de carrera en la policía inmerso entre papeles. “Ya estás mayor para estos trotes” le repetían una y otra vez sus compañeros. Él no lo sentía así. Claro que ya no podía correr detrás de los fugitivos como antes, pero su sexto sentido seguía igual de activo. Y esa mirada en el metro lo había demostrado con creces. Porque de haber sentido un escalofrío ante esos ojos azules a que sonase el teléfono de la comisaría solo pasaron tres horas: “ha habido un homicidio, de esos que es mejor que la prensa no se entere”.

No dudó Juárez en ir con el equipo de investigación al lugar del suceso. Era en una casa. Mujer. Joven, unos 30 años. Unos ojos inertes donde el pánico aún se refleja. Y el quid de la cuestión: un cuello totalmente desgarrado, como cuando un lobo apresa una oveja. Juárez no pudo evitar sentir un escalofrío. Y acto seguido, antes de que el temblor desapareciese, los ojos azules de esa mañana hicieron acto de presencia en su mente. Sí, ese hombre tenía algo que ver. Sin embargo, nadie quiso creer en su intuición. No le quedó otra, entonces, que buscar por su cuenta. Total, para lo que quedaba en el cuerpo…

Cuatro asesinatos más se intercalaron en una investigación donde las autopsias demostraron que era una dentadura humana muy afilada la responsable. Y cuatro veces soñó Juárez con esos ojos azules, siempre la noche antes de acontecer el crimen. ¿Qué me quieres decir? ¿Dónde estás? La hipnosis resultó de gran ayuda, pues el análisis de un sueño mientras uno se encuentra en una fase menos profunda permite indagar más. ‘Ver’ una pequeña casa de campo que consiguió encontrar el inspector en la vida real fue el inicio de la detonación. Porque cuando llegó Juárez, ahí estaban esperándole los ojos azules y una nota que decía: “Tengo un encargo para ti, hay un asesino suelto. Yo se quién es pero necesito que tú le detengas”. El inspector rió y lo detuvo sin miramientos. Sin embargo, la sonrisa se le borró cuando el detenido frente la cámara policial abrió la boca: no tenía dientes, se los habían arrancado recientemente.