EL ESTIRADO
JOSÉ DESIDERIO SOSA ACOSTA | YAIERI

Se ganó el mote, no fue capricho de un momento sino cúmulo de circunstancias que le rodearon: Delgado, alto, de hombros casi unidos que le hacen parecer un alfiler andante. Viste siempre de oscuro, con porte elegante y ademanes especialmente finolis, muy remilgado. De pequeño, fue criado sin conocer padre en una mancebía con el cariño de las chicas; sintiendo especial respeto al sexo opuesto, casi obsesivo. Ver el maltrato le crispaba, no se resistía a quedarse impasible.
Cuando fue suficientemente mayor , su fuerza casi semejaba a la inteligencia que desbordaba imaginación, rebuscada a veces con ideas fuera de lo común. Así , entre libros e internet, las alegrías de sus cuidadoras pero, sobre todo la tristeza de algún mal encuentro sufrido por estas, perfiló su manera de colaborar para un destino sombrío .
Ideó la manera de equilibrar la balanza: con el molde preparado en el congelador que usaba en exclusiva para sus tápers, hizo pruebas…usando agua dulce, salada, forma delgada, más gruesa…y finalmente tenía el prototipo.
Disponía de su moto para el trabajo de repartidor, eso le daba margen para moverse sin sospechas, contando ya con la logística necesaria para la cruzada de limpieza contra “Manos ligeras” como lo llamaba.
Sofía era la que más se quejaba de su “visitador”, el dolor que le infringía, constatado por los moratones que eran bastante ostensibles, le enfurecía. Lo siguió aquella noche, no era cuestión de cumplir con su proyecto en las inmediaciones para evitar dejar rastro cercano. Fue detrás de él durante varias calles más arriba, hasta que aparcó en un descampado cerca del parque . Ideal, apenas luces, llegó con la moto casi hasta su altura, paró, sacó del cajón el recipiente camuflado entre los pedidos. Contenía hielo que circundaba su pequeño artilugio; Lo cogió con su mano enfundada , y caminó deprisa hasta ponerse a la altura de quien iba a ser su primera víctima…Desde atrás, le cogió del cuello con el brazo izquierdo mientras, zas, con el otro le asestaba la puñalada mortal a la altura del corazón. Algo frío que encajara con el órgano de aquél desgraciado.
Cuando llegó la Policía, su Servicio de Científica solo pudo constatar la muerte y , a pesar de ver la herida incisa en un punto vital, no así lograron encontrar el arma. Posteriormente, el médico forense solo pudo informar de que algo afilado ocasionó el óbito.
Sucedió cuatro veces más . La Autoridad no lograba encajar el puzle que le marcara la pista definitiva hasta que, aquella Algente pertinaz pensó que había mucho charco alrededor de las víctimas, demasiado para considerar que era provocado solo por la sangre. Y , aunque fuera un cliché increíble lanzó su teoría, el arma homicida puede ser un puñal de hielo, lo que no fue desmentido por el Facultativo Judicial. Ahora todo el Grupo de Homicidios investiga sobre posible relación entre las víctimas, patrón que lleve a un tronco común. Pero…nada aún.