—Eres… ¿Ranpo? —comenta Maxine “Max” Johnson, una exdetective ya entrada en años, a un joven periodista local.
Maxine peinaba su cabellera apagada por el paso del tiempo con su mano izquierda, mientras unos tenues rayos de luz del atardecer pasaban por su piel.
—Me llamo Roberto —inquiere incómodo, mientras agarra la grabadora y corta la actual grabación para empezar inmediatamente una nueva. Justo en ese momento, Maxine levanta su ceja derecha. Roberto abre su cuaderno con el boli en la mano, preparado para apuntar todo lo que Maxine vaya a contar.
—Doña Maxine…
—Señorita Max, por favor —corta tajantemente.
—Vale… Entonces… Señorita Max… ¿Podría contarme por qué se retiró después del “Caso Estropajo”?
Maxine esboza una sonrisa mientras se acomoda en su silla de cuero.
—Bueno… Encontrarse un cadáver de un chaval de tu edad en una sala totalmente cerrada sin ninguna pista ni rastro… Le quitan a una las ganas de trabajar —finaliza cansada la antigua detective.
Maxine hace una pausa para dar un trago del vaso de whisky sin hielo que tenía cerca de su mano izquierda.
—Solamente había un estropajo verde. Mis otras investigaciones anteriores también fueron asesinatos extraños con objetos raros. Pero, ¿un estropajo? Todo eso me superaba. Así que, como bien sabes, me retiré.
Maxine comienza a reír irónicamente.
—Y claro, que alguien como yo se retirase así de pronto hace que sea totalmente normal que un periodista venga a entrevistarme.
Maxine comienza a mirar fijamente a Roberto que estaba algo confundido.
—Incluso el cadáver desapareció de la morgue. Un sinsentido. Hasta que me di cuenta de una cosa.
—¿De qué? —pregunta intrigado Roberto.
—De que nadie murió ese día.
Roberto se queda perplejo ante el comentario de Maxine.
—¿A qué se refiere? —interroga un extrañado Roberto.
—Ese caso y los anteriores los construyó la misma persona. Y ésta fingió su muerte. Justo cuando estaba tan cerca de averiguarlo todo. Pero claro, no se puede detener a un cadáver. Aunque quizá a ese cadáver le falten por atar algunos “viejos” cabos sueltos…
Roberto mira en sepulcral silencio a Maxine.
—Me pareció interesante que cambiases la grabación cuando corregiste tu nombre.
Roberto traga saliva y Maxine aprovecha para dar último trago a su whisky con su mano izquierda.
—Creo recordar que el cadáver que desapareció era de un tal… —empieza a recordar sarcásticamente mientras levanta su mano derecha enseñando un estropajo verde.
Roberto se levanta y saca una pistola para apuntar a la cabeza de Maxine.
—Me da igual que sepas que fui yo el que orquestó todos esos asesinatos. Nadie conocerá la verdad —dice enfurecido Roberto mientras baja el percutor.
—¿Nunca te pareció raro que me retirase así de repente? Venga. ¿Ni siquiera con el estropajo en la mano te has dado cuenta? —resopla decepcionada Maxine.
La paciencia de Roberto está al límite. Su dedo sujeta con firmeza el gatillo.
—No hay arma más poderosa que un estropajo en manos de un hombre libre. Pero en las mías…
Varios policías armados entran rápidamente en el despacho y rodean a Roberto, cuya tez se vuelve pálida, como la de un cadáver.
Maxine sonríe victoriosa.
—…se convierte en algo más.