EL ETERNO INSOMNIO.
David Rodríguez García (Escorpio de Salchi-Trufa) | Escorpio de Salchi-Trufa

EL ETERNO INSOMNIO.

El whisky, como oro líquido, cayó en el vaso. Los cubitos de hielo crujieron al contacto. El detective sonrió. Siempre le calmaba ese sonido.
Intentó abstraerse del ruido ambiente del bar y de aquella música jazz sombría removiendo el palillo de madera entre sus secos labios. La mirada estaba fija en el vaso, observando cómo el líquido se asentaba y se quedaba quieto. Y su mente divagó, distraída.
Cada vaso, pensó, era como un caso resuelto. Los casos no resueltos, por supuesto, eran tres vasos.
El médico le había dicho que su hígado estaba destrozado, que debería estar muerto. Le daba igual.
Cada cigarrillo era como bajar un escalón más hacia la oscuridad. Alargó el brazo hasta el bolsillo y sacó uno. Lo encendió y aspiró con toda la fuerza de sus pulmones, como si quisiera matar a alguna criatura que viviera en el interior de su cuerpo.
La cuerda de pensamientos se convirtió en un hilo fino, tan frágil que soplando podía romperse. Recordó por qué comenzó esos hábitos tan cómodos. Fue uno de sus primeros casos. Le encargaron que investigara a una mujer; su marido sospechaba que le era infiel. Cuál fue la sorpresa al ver la fotografía y darse cuenta de que era su propia pareja, una hermosa mujer de largas piernas, vestidos rojos y ojos oscuros. Su pelo azabache alcanzaba las caderas, sus finas pestañas brillaban bajo la luz de la Luna y sus cálidas manos excitaban al solo contacto.
El propio detective decidió no decir nada y seguirla para descubrir otras infidelidades. La siguió y una noche la mujer condujo hasta un vertedero. La observó deshaciéndose de un cadáver, que sacó sin cuidado alguno del auto y tiró al suelo. Estaba envuelto en plástico y en telas blancas.
El detective se acercó y ella, al verlo, le apuntó con una pistola. No tenía dudas de que habría disparado, pero él lo hizo antes. Ella cayó a la falda de una montaña de basura.
En la investigación posterior se descubrió que ella era una viuda negra. Había cometido más de diez asesinatos, engatusando a sus amantes y después matándolos. Cubría su locura con la fachada de una mujer de clase alta casada. El detective salió impune. Sin embargo, lo que sintió le provocó un eterno insomnio que solo podía vencer con el whisky. Fue porque le gustó ver esa mirada que se desenfocaba y se volvía vacía en un instante mientras la última respiración la nublaba.
El detective dejó de remover el palillo en la boca y lo partió por la mitad. Cogió el cigarrillo del cenicero y levantó el vaso. Se llevó los dos a la boca. A la vez que dio la última calada se llenó la boca de whisky. Se lo tragó todo. Tiró la colilla dentro del vaso y se levantó. Sacó la cartera, y del interior de esta el único billete que había. Era un billete de cien dólares. Lo abandonó bajo el vaso, a modo de propina. En él estaba escrita su nota de suicidio. Se marchó.