Patrick Macneil, detective inspector de Scotland Yard, acudió al pub «the old Robin» tras el aviso de la central. La puerta estaba abierta y Riley, el camarero que había descubierto el hallazgo dantesco trataba de reponerse sentado junto a la barra.
Al fondo de la sala, traspasó el zócalo que daba acceso a un pasillo mal iluminado, tras éste, otro panel camuflaba el acceso a un gran espacio con un escenario central elevado. A pesar de estar curtido en crímenes espeluznantes, la escena macabra le afectó. Las siete chicas que actuaban en el espectáculo yacían descuartizadas, algunas evisceradas, sobre la tarima. Había mucha sangre, pedazos de órganos y carne por todas partes. Vio que los miembros de los cadáveres habían sido intercambiados entre las víctimas. El olor a sangre y vísceras era espantoso, daban ganas de vomitar aunque se contuvo.
Entre bambalinas apareció el bueno de Bill degollado de oreja a oreja. Era cojo a causa de un accidente de tráfico. El dueño del local, le dio trabajo más por compasión que por necesidad. Era el encargado de facilitar el acceso a la zona clandestina a los clientes, tras escuchar la contraseña del día. También les vendía recuerdos del pub y de Londres, según le detalló Riley después.
Las horas pasaban, la policía científica se afanaba en analizar el escenario y el inspector Macneil apenas avanzaba.
Los cadáveres habían sido dispuestos con sumo cuidado, contando una historia por desvelar, casi todas descuartizadas y recompuestas, excepto Claire a ella le habían apuñalado, abierto el pecho y arrancado el corazón. No parecían unos crímenes aleatorios de un asesino en serie fuera de sí, sino una venganza personal planeada al detalle por un psicópata.
En el camerino se encontraron, siete platos con restos de tarta, una botella de champán y siete vasos de plástico casi vacíos. Tras su análisis, en todos los recipientes hallaron escopolamina y ketamina en dosis elevadísimas, todas habían sido drogadas hasta perder la consciencia y quedar paralizadas.
Dentro de un baúl se encontraron las herramientas de los asesinatos y el corazón de Claire envuelto en tela de seda blanca, le faltaba una parte.
Ningún sospechoso, todos tenían sólidas coartadas, era necesario cambiar de perspectiva. Se detuvo en Bill, ¿era un daño colateral?, no hubo ensañamiento, observó su cuello, el corte limpio de oreja a oreja más profundo a la derecha, el asesino era zurdo y con dos pequeños cortes regulares, eso no encajaba. Consultó con el forense y coincidieron, no era un homicidio sino un suicidio. Así lo indicaban los cortes junto al principal y el ángulo de las lesiones. Las laceraciones defensivas de su mano derecha eran autoinfligidas. La trayectoria de las heridas de las mujeres también habían sido ejecutadas con una mano izquierda.
El inspector estaba impaciente por comprobar los resultados de la autopsia, como él había sospechado en el estómago de Bill hallaron el pedazo de corazón que faltaba y no había sido drogado.