EL FURGÓN DE COLA
Manuel Juárez Roca | Miriam Carrasco Selma

El proyectil de plomo astilló el palé sobre la cabeza de Jacob Taylor. El ruido del traqueteo del vagón, durante unos instantes, quedó enmudecido por el estruendo del disparo. El hombre pelirrojo de la cicatriz púrpura les había descubierto. Jacob, desde el principio, supo que los crímenes estaban relacionados: el abogado de Berkerley Square, el banquero de Belgravia y Lord Harry Evans Junior en Hyde Park. Todos tenían en común que poseían una parte importante del accionariado de Smith&Carter Invesments; todos formaban parte del proyecto conocido como Hélice: consistía en una nueva categoría de artefacto explosivo catalogada como NBQ —se basaba en una nueva reacción a base plutonio—, que, según el profesor Nahuro, tendría un alcance y provocaría una devastación nunca antes vista. El intercambio de disparos había dado comienzo: Jacob y su compañero estaban siendo rodeados por los hombres del pelirrojo; estaban en clara desventaja. El caso les fue asignado hacía unas semanas, antes de que Lord Harry apareciera muerto en su residencia. Al principio, los indicios apuntaban a que dichos asesinatos fueron llevados a cabo por alguien del Soho, alguien resentido con la clase alta de la ciudad. Charles fue alcanzado en el plexo solar, cayó aferrándose con ambas manos la herida; sangraba copiosamente. La conexión no fue fácil de establecer entre las víctimas: se habían ocultado demasiado bien mediante sociedades pantalla y un buen número de testaferros; para Alice Chapman —una de las primeras mujeres de la época que despuntó en la disciplina del derecho administrativo y mercantil y amiga de la infancia de Jacob— fue un divertido entresijo a resolver. Jacob intentaba mantener a raya a los hombres del pelirrojo al tiempo que arrastraba a su compañero al fondo del vagón, para tratar de ponerle a salvo, entre el cargamento. Estaba claro que esos tipos no sabían lo que contenía: de tener una ligera idea no hubiesen abierto fuego de ninguna manera. Esto ponía de manifiesto que solo eran sicarios y que el cerebro («ojalá estuviese equivocado» deseaba Jacob) era él. Esa madrugada, Jacob y Charles, después de varias pesquisas y tras constatar varias hipótesis, siguieron al pelirrojo y al resto hasta la nave industrial número ocho perteneciente al llamado Proyecto Hélice. Allí observaron cómo se hacían con los explosivos NBQ y ponían en marcha su plan. Jacob sintió un latigazo abrasador en el cuello: una de las balas le había alcanzado. Estaba contra las cuerdas: su intención de soltar el vagón antes de llegar a la estación de King’s Cross y evitar el desastre, se había convertido en una quimera. El tren se detuvo de forma brusca y los disparos cesaron un instante. El pelirrojo y los suyos no entendían qué estaba pasando y, para cuando lo hicieron fue tarde: cayeron uno tras otro. Ninguna bala impactó en los arcones de los NBQ.

—Le necesitamos, solo él puede pararle los pies —Jacob se giró con la venda en el cuello y clavó la vista en Lestrade y Alice—. Moriarty ha vuelto.