Mi nombre es Poli Ciaurriz y aquella noche tenía una misión que cumplir. Me había propuesto no dejar pasar la oportunidad de llevarla a cabo cuando vi subir a la chica al coche cerca de donde yo me encontraba. Hice lo mismo y me dispuse a seguirla sin que ella me viese.
Conducía abriéndome paso entre el denso tráfico. El resto de conductores parecían kamikaces cruzándose y cambiando de sentido anárquicamente. Sin embargo, yo iba concentrado en mi objetivo y no me dejaba distraer por las peligrosas maniobras de los demás. La noche era húmeda y desapacible. Acababa de descargar una tormenta de verano, pero yo me sentía a gusto al volante.
La divisé separada de mí dos o tres coches por delante. Ella conducía despreocupadamente en medio del caos reinante a su alrededor. Parecía muy a gusto dirigiendo su vehículo sin levantar el pie del acelerador. Intentando pasar desapercibido y que ella no se diese cuenta de mi presencia, me fui acercando buscando mi oportunidad. Esta se presentó cuando ella llegó a una esquina y torció en ángulo recto. Aproveché la ocasión sin pensarlo dos veces y varié mi dirección en diagonal y sin reducir la velocidad. Aquella maniobra me llevó a orientar el morro de mi coche hacia el costado del de la chica, donde el impacto sería más fuerte.
El golpe fue bastante violento y pude ver cómo todo su cuerpo se sacudía hacia el costado. En aquel momento soltó un grito, me miró y sonrió. Aquel golpe y aquella sonrisa me animaron a hablar con ella cuando terminó el viaje de los autos de choque de la feria. Y gracias a todo ello, aquella chica hoy es mi novia.