EL INGREDIENTE
En el banquete de boda que se celebró el año pasado en el palacio de mis señores, triunfó sobre todas las viandas el pastel de frambuesas que elaboró para la ocasión mi madre, una de las cinco cocineras de la casa; el pastel incluso le restó protagonismo a la princesa desposada, según escuché decir un tiempo después, cuando empezaron a llegar mensajeros de todos los reinos conocidos entonces en la faz de la tierra buscando la receta.
Durante los meses posteriores, el palacio de mis señores estuvo sometido a un interrogatorio constante: ¿por qué a nuestra princesa no le han gustado los pasteles preparados por los mejores cocineros?, ¿por qué nuestra reina ha aborrecido el pastel de frambuesas que siempre le hemos servido?, ¿qué tiene el de aquí?, ¿quién hizo el de la boda?
Mi madre recitó una y otra vez los ingredientes que había usado para la ocasión y explicó hasta la saciedad las proporciones y el proceso de elaboración de principio a fin.
—Los de siempre y como siempre —decía una y otra vez.
Luego llegaron otros enviados menos benevolentes que los mensajeros del principio y regresaron los interrogatorios. La cocina de nuestro palacio se convirtió de pronto en una sala de tortura, unas semanas tan negras e intensas que me cuesta reflejar en este escrito lo sucedido con sus puntos y comas exactos: hombres uniformados que hasta daban tortazos cuando perdían la paciencia, que me digas el ingrediente secreto, que me lo digas, personas que empezaron a trabajar en la cocina vigilando los pasos de mi madre, qué guapa es usted, qué manos tiene para los guisos, hábleme de su pastel de frambuesas, y que resultaron ser infiltrados de otros reinos e incluso de otras casas grandes o de pastelerías de renombre de aquí mismo, detectives que examinaron con sus lupas cacerolas y cucharas, dígame el ingrediente, quizás el poquito de pimienta recién molida que a veces le añado al final, no, eso ya lo hemos probado, investigadores de lenguas extrañas que venían con sus intérpretes, que les digas el secreto, quizá los tres o cuatro granitos de sal gorda que les pongo a los huevos antes de batirlos si me acuerdo, que no, que tampoco es eso, nuestro mismo señor obligándola a revelar su secreto, que vamos a entrar en un conflicto, que no seas terca, que voy a tener que matarte, y mi madre y yo sacadas del palacio a media noche y trasladadas a una casita en el bosque, que el señor no ha querido mataros, nos dijo la voz del soldado que nos sacó del palacio, que a partir de ahora estáis muertas para todo el mundo.
Poco antes de morir mi madre, una tarde que entre las dos estábamos cocinando su pastel de frambuesas, me dio por preguntarle si no sería el amor el ingrediente que nadie había sabido ponerle al pastel causante de nuestro destierro.
Ella sonrió.