Me entró un nuevo mensaje de la aplicación de hospedaje:
“Me interesa tu habitación, ¿puedo estar el próximo mes?”
Le contesté que sin problema. Aprobé su oferta y zanjamos el trato.
El primer día me pareció algo diferente y divertido. Tener una persona por casa interesada en mi ciudad, era una idea atractiva. Claro eso y el dinero que iba a aparecer en mi cuenta. Pasta gansa.
Pasaron los días y la diversión se transformó en asco. Ya no me gustaba. Su presencia me resultaba incómoda, pero lo bueno era que iba pagando cualquier cosa que surgiese, incluida la comida. Aunque compensaba no era suficiente.
Una noche le escuché hablar por teléfono algo poco habitual, su voz me producía malestar, una voz interna me decía, actúa. Venían imágenes de multitud de situaciones atroces. Me dije que eso no estaba bien, debía acabar con la situación. Sabía que pronto se marcharía que se acabaría el mes de hospedaje. Pero en la última semana quiso volver a hospedarse un mes más. Eso no lo podía tolerar, pero no podía negarlo en la aplicación, de lo contrario perdería mi credibilidad y amabilidad como persona anfitriona. Permití que hiciese la reserva y no me quedó otra que aceptar a pesar de la adversidad que me generaba.
En pocos días hallé la solución. Descubrí que era una persona solitaria, que nadie le echaría en falta, pues procedía de otro país, y al parecer buscaba una vida nueva. Debía de esperar a que finalizase la reserva del segundo mes y cautelosamente hacer lo que en un principio había pensado, hacerle desaparecer. Sé que tenía que hacerlo todo muy bien pues no podía dejar pista alguna de sus objetos y mis intenciones.
Recordé un lugar donde mi padre me llevaba de excursión, normalmente allí no había nadie, y tenía un gran lago donde poder hacer desaparecer cualquier cosa repulsiva.
Y así lo hice pasó el mes, y le forcé mediante mordazas y cuerdas a que no hiciese una nueva reserva. Esperé el momento oportuno y cogí todas sus cosas las metí en su coche y metí su cuerpo moribundo en el maletero. Llevé el coche al lago oculto y mediante una gran esfuerzo tiré el coche por el acantilado haciéndolo caer dentro del agua, esperé a ver cómo desaparecía el vehículo, asunto resuelto.
Al llegar a casa me deshice de toda la ropa y zapatos que llevaba y los guantes los destruí. Todo lo quemé en mi chimenea y en ese junto momento fue cuando pude sentarme en mi sofá frente a mi fuego de forma relajada.
Miré mi móvil y vi una nueva notificación de la aplicación, un nuevo inquilino, pensé qué divertido y emocionante debe ser tener una persona interesada en mi hogar y ciudad, y acepté la nueva reserva.