El inspector quiso estar a solas en la habitación, tan gélida como el cuerpo yerto sobre su tarima.
Nadie vigilaba la puerta del dormitorio. Nos distribuimos por la casa, espolvoreando pasamanos o tomando fotos. La detonación, estremeció los retratos colgados de las paredes, las arañas del salón y removió nuestra adrenalina.
—¡Arma! —grité con el estómago—. La imagen del inspector muerto irrumpió en mi pensamiento.
Pronto escuché detrás los quejidos de los peldaños de las escaleras, ocupados con sigilo por mis agentes, con sus brazos derechos alineados, elevados como cuellos de oca con cañones como picos. Desde dentro no llegaba ningún sonido, ni siquiera un lamento del inspector. Muerto. —Volví a pensar.
—¿Qué ha pasado aquí? —susurré, con la mirada girada hacia mis chicos—. ¿No comprobasteis la habitación?
—Capitán, alguien debió colarse por una ventana —Contestó con un rumor—. Las cuatro estaban abiertas.
La señora de la casa había sido alojada, junto a otras personas de servicio, en la casita de invitados. Custodiados por un agente. Cuando resonó el disparo, recibí su llamada por el walkie y le expliqué lo que ocurría. Le dije que bajaría de inmediato para hablar con ellos.
—Señora. Por favor. Ha sido en el dormitorio donde yace su marido. Nuestro inspector también está allí—. Intenté que hablara, aunque fuera entre sollozos—. ¿Hay alguien del servicio que se nos haya escapado? —Insistí.
—Capitán —intervino el agente—. Servicio, jardineros y mantenimiento han sido todos localizados, y alguno está aquí mismo —dijo señalando a cinco figuras muy juntas sentadas en el sofá—. No se nos ha escapado nadie.
Me volví hacia la señora, ajena a nuestra conversación. Incapaz de levantar su mirada sobre sus manos saladas.
Salí fuera y me dirigí hacia la parte del jardín bajo el dormitorio. Sin duda, alguien pudo trepar por la hiedra —me dije, tirando fuerte de una rama.
—Estad atentos, chicos —Advertí a los dos agentes apostados contra el armazón vegetal, antes de alejarme hacia la puerta principal.
Un nuevo disparo rugió por las cuatro ventanas y convirtió el suelo bajo mis pies en hielo, y mis zapatos en crampones clavados a él.
Desde la casita de invitados escuché un grito, casi acoplado al estruendo. La señora sí ha reaccionado esta vez —pensé—. Ella fue la última persona que habló con el inspector, antes de que este decidiera estar a solas en la escena del crimen. Algo nos ha ocultado —me dije.
Corrí a la casita, y me encontré a la señora de pie y encogida, sujetada por un agente. Un tercer disparo nos agitó de nuevo. La señora se deshizo de los brazos del agente y corrió hacia la ventana.
—¡Francesco, mi amor! ¡Te van a matar! Te dije que lo haría yo… ¡Que lo mataría yo! ¡Ríndete, mi amor!
Mi walkie vibró entre mis dedos.
—Capitán —voceó—. El inspector ha salido del dormitorio con su arma en la mano. Está bien.
—¿Ha dicho algo? —pregunté.
—Caso resuelto, mi capitán