EL INTERROGATORIO
MÓNICA MONTERO LÓPEZ DE URALDE | Monica

Estaba en una sala oscura, una luz parpadeante iluminaba escasamente el espacio, la silla era incómoda y la temperatura aumentaba por segundos. Su pierna empezó a moverse de forma involuntaria y empezó a frotarse las manos. Estaba nerviosa. No quería recordar lo ocurrido y mucho menos contar lo sucedido. En ese momento entro una mujer. Iba acompañada de una carpeta, la soltó con desdén en la mesa. Se acomodó en otra silla frente a ella.

– ¿Cuénteme que ocurrió la noche del 16 de marzo? – preguntó la inspectora que acababa de entrar en la sala. Su voz era firme y contundente, no se le veía nerviosa.

En ese momento la chica tomo aire y comenzó a recordar. Eran las nueve de la noche, estaba en la fiesta de cumpleaños de una compañera de trabajo, salió del restaurante a tomar aire. Se sentía rara y abrumada. Las palpitaciones empezaron a resonar en su cabeza, las manos le sudaban y un sonido agudo fue lo último que recordó.

A la mañana siguiente se despertó en una habitación de hotel, le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto. No sabía cómo había acabado allí. Se levantó de la cama y lo que vio le puso los pelos de punta. Había un charco de sangre y una pistola, pero no había cuerpo. En ese momento llamó a la policía.

– Señorita, ¿me está escuchando? – La pregunta de la inspectora la sacó de su trance. – Le comentaba que todas las pruebas apuntan a usted. Sus huellas se encuentran en el arma del crimen, y la cámara muestra que solo usted entró en esa habitación.

Lo que la inspectora no entendía era que estaba traumatizada, no se acordaba o no quería recordar. Cerró los ojos y deseó salir de ahí. Se arrepentía de cada paso que dio aquella noche. Una noche que se había convertido en su peor pesadilla.

– Yo no hice nada – dijo contundentemente aquella chica perdida en la traumática noche de aquel 16 de marzo.