EL JUEGO DEL ESCONDITE
Oscar Calleja Bueno | Oscar Calleja

—Hola, pequeña. ¿Qué haces aquí sola?

—¡Ah!, hola, señor agente —contestó la joven—. Estoy con una amiga jugando al escondite.

—¿Al escondite? —preguntó el policía—. ¿A estas horas de la noche?

—Sí, bueno, no es el escondite normal. Nuestro juego es un poco diferente.

—Me da igual cómo sea vuestro juego. —El agente comenzaba a perder la paciencia—. Llévame a donde tu amiga ahora mismo y os acerco a casa.

La muchacha accedió de mala gana. El policía tuvo que dejar la moto aparcada en la linde del bosque y siguió a la joven, internándose en la espesura. La temperatura bajaba notoriamente. No hacía más que preguntarse qué demonios harían unas preadolescentes a las doce de la noche un día helador como aquel. Entre tanto matojo el camino se le hizo pesado y comenzó a fatigarse.

Por fin llegaron a un claro, únicamente iluminado por la luz de la linterna de un móvil que sostenía otra joven. El policía proyectó el haz de su linterna hacia ella. Estaba sentada, con unos bártulos a los lados. Sonrió al policía.

—¡Hola! Bienvenido a nuestro lugar mágico —exclamó—. Laura —dijo dirigiéndose a su compañera—, ¿nos has traído a otro amigo para jugar al escondite?

—Se acabaron los juegos, niñas. Vuestros padres estarán preocupados. Es hora de llevaros a casa. Recoged todo. Vámonos.

Las jóvenes, obedientes, comenzaron a introducir varios objetos en la mochila mientras susurraban y se reían entre sí. El policía pudo observar cómo metían unas bolsas de patatas, unos guantes, unas botellas de refrescos, una cuerda, un mantel de picnic y otros objetos que no pudo distinguir. Nada de ello le extrañó hasta que una de las muchachas se puso la mochila al hombro y la otra recogió el último objeto del suelo: una pala manchada.

Estaban listas para volver a la civilización.

—Un momento —las detuvo el agente, suspicaz—. ¿Me podéis explicar exactamente en qué consiste ese juego vuestro del escondite? —Había algo que no le cuadraba en todo aquel asunto.

—Ah, es sencillo —se adelantó una de ellas—. Consiste en esconderse. Pero nos has fastidiado y no hemos podido acabar el juego. Supongo que hemos perdido, porque no hemos podido esconder del todo al otro.

—¿A qué otro?

—A ese —respondió la de la mochila, agarrando de la mano al policía y orientándole el haz de la linterna mientras su compañera se ponía a sus espaldas.

La luz iluminó un agujero a medio tapar, oculto hasta el momento por la oscuridad, en una esquina del claro. Cuando el agente se acercó pudo apreciar un olor a muerte. La tierra dejaba entrever una bolsa grande de plástico semienterrada. Por un roto de la bolsa asomaba una mano rígida y medio podrida con varios dedos desollados.

Apenas pudo darse la vuelta cuando algo lo golpeó fuerte en la cabeza. Una pala manchada. Manchada de sangre.

El agente jamás fue hallado.

Aquella noche fue el campeón del juego del escondite.