Entré en el restaurante con la lengua fuera porque me había quedado dormido. Apenas recordaba destellos de la noche anterior en aquel garito oscuro y con olor a lejía. Un camarero se me acerca y me dice que está todo lleno y me pregunta si tengo reserva. Confiado le digo que sí y que seguramente mi acompañante, es decir mi novia Laura, ya habrá llegado. Sin embargo, recibo un revés al leer el mensaje de mi novia. Se fue a otro restaurante de la cadena. Me toca esperar. Me resigno y sigo al camarero hasta nuestra mesa. Pido una bebida sin alcohol y mi hígado me lo agradece tras la borrachera con los colegas. Me pongo a mirar Instagram con desgana y en seguida alzo la cabeza para inmiscuirme con recelo en las vidas de los demás comensales. Me llama la atención una pareja de unos cincuenta años, bien vestida y de modales impolutos sentada para comer en la mesa de enfrente. Ella tiene el cabello impecablemente peinado, una blusa que marca sus hombros huesudos y una falda que se pierde cuando comienzan unas botas altas de color negro azabache. La mujer se levanta con la misma elegancia de una princesa y la pierdo con la mirada mientras baja las escaleras que la conducen a los aseos. Aquel tipo queda solo en la mesa. Mira a un lado y a otro con nerviosismo. Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta. Saca un botecito de cristal que contiene un polvo blanco en su interior. Lo vierte sobre la bebida de ella y le da vueltas con su cuchillo. Mi cabeza va más rápida que la vista y comienza a imaginarse una escena criminal. Estoy siendo testigo de un asesinato. Las hormonas de la felicidad están haciendo una orgía en mi cerebro. Siempre quise ser detective. Me muevo inquieto en la silla con la intención de no perderme ningún detalle. El asesino mira hacia atrás y yo intento disimular bebiendo mi coca-cola como si estuviera sediento. Llega Laura acelerada y queda extrañada ante mi comportamiento. Apenas la miro cuando tiro con fuerza de su antebrazo para sentarla en su silla. Ella me mira incrédula sin entender que diantres está pasando. Le pido que no vuelva la cabeza porque el señor de la mesa de enfrente está a punto de envenenar a la mujer que lo acompaña.
—Hay que evitarlo. -dice Laura mientras la mujer vuelve a su mesa.
La mujer coge el vaso dispuesta a beber. Me levanto de un salto y en dos zancadas me coloco delante de la pareja. Con mi mano tiro el vaso justo cuando lo va a acariciar con sus labios y grito “te quiere matar”.
Acto seguido Laura vocea “Sorpresa”. Miro a mi novia desconcertado.
—Felicidades, amor, disfruta de este Escape Room que han preparado solo para ti.
Esbozo una sonrisa que esconde mi decepción. Acababa de tener un coitus interruptus. Adiós al día más emocionante de mi vida.