El aire acondicionado estaba a apenas a 20 grados, no había ya nadie que obligara a subir el termostato para ahorrar.
El Inspector de Policía, tranquilo y pausado, había dado la órden de parar el servicio de desayunos para sorpresa de los huéspedes, y había ordenado que todos los trabajadores en turno y aquellos que estaban fuera de horario laboral, se presentasen inmediatamente en la recepción del lujoso Hotel de 5 estrellas gran lujo, el mejor de toda la ciudad.
El Director del del Hotel, un italiano de mediana edad,adorado por los clientes adinerados, odiado a partes iguales por sus empleados, autoritario, déspota y sin escrúpulos había sido asesinado.
Había sido asaltado en el propio aparcamiento del recinto, por las cámaras podía verse una figura negra abrir la puerta trasera del vehículo e introducirse dentro.
El coche había sido encontrado a las afueras de la ciudad, en un polígono industrial, junto a un supermercado al por mayor. Junto al cuerpo habían dejado un paquete vacío de ensalada César de un supermercado de origen valenciano.
Todo el a personal acudió de inmediato, se filtró la noticia del asesinato del jefazo y todos querían enterarse de los detalles.
El Inspector se sorprendió de que el ambiente del personal era de júbilo más que de aprensión.
La persona que buscaba había dejado su firma cuando abrió el cuello del capo de izquierda a derecha. Harikēn había escrito en la frente de la víctima, con la sangre del mismo.
Interrogó a los 172 trabajadores. A todos y cada uno de ellos, pero cuando llegó a ella, la número 57, cogió un papel y dibujó una espiral.
Ella sonrió,él no era un desconocido.Años atrás, antes de que él sacara la oposición, harto de ser explotado, habían sido compañeros del Comité de Empresa del Hotel. Años atrás ambos había leído la entrevista en un periódico donde tildaban a la víctima de humilde porque cenaba en su despacho a oscuras una simple ensalada César en tiempos de Comida.
El difunto había estado años haciendo del hotel su cortijo y dictadura y en especial había sido muy duro con los sindicalistas, los únicos capaces de plantarle cara.
-Por fin alguien ha tenido el valor- dijo el Inspector. Mis respetos Harikēn, puedes continuar tu turno. Deber de sigilo, ¿recuerdas? –
Acto seguido salió de la Sala de interrogatorios silbando el Bella Ciao.