EL LADRÓN DE MINERVAS
Paula Alves Garcia | Pa(ra)ula

Se asemejaba a un horrendo conejo, con los dientes fuera, la boca abierta, desaliñado y cubierto por el fango. Nadie en su sano juicio hubiese pensado que ese individuo, ahora poco fotogénico, era el gran “Turmy”.
De Turmy se decían muchas cosas, pero nadie sabía bien a qué se dedicaba, se rumoreaba que era un alto cargo del gobierno albano, otros decían que venía de Mallorca y que su familia poseía una gran fortuna, pero la realidad es que Turmy era agente secreto, era mi mano derecha en la Agencia Goldsberg. El caso es que ahora está muerto, y nos llaman a nosotros para que echemos un vistazo. Pues bien, ¿mi hipótesis? Turmy andaba investigando un caso que poco le debiera gustar al investigado. Pero esto no es nada nuevo, a diario teníamos casos así.
Le miré las cuencas de los ojos, enfoqué con mi linterna y por más que le buscaba el iris no había rastro de él. ¿Cómo es posible que le falte el iris? ¿Quién asesina a alguien y se lleva su iris? Esto me superaba.
Cuando volví a casa abrí la nevera y observé con impasividad las dos naranjas que componían el total de su contenido. Hoy toca zumo de naranja. Me senté en el sillón al compás de un largo suspiro y empecé a contar las manchas de humedad que tenía el techo de mi viejo apartamento. Me dormí.
La calle estaba oscura, me parecía fría, nadie era real, todos parecían ser entes errantes movidos por la inercia, pero me decidí a salir de casa porque últimamente todo era surrealista y encerrarme allí sorteaba mi locura.
Paso a paso en mi cabeza rondaba la imagen caricaturesca de Turmy, su ojo desprovisto, acompañado únicamente por un punto final. Todo el mundo se presentaba como sospechoso. Empezó a llover y no es que me molestase, pero vivir en una civilización hace que tomes comportamientos sociales como esconderte de esta maravilla de la naturaleza. Entré al primer establecimiento que encontré abierto y decidí sentarme en la esquina más sombría. Un señor con largos bigotes se acercó y me dijo:
– ¿Qué va a tomar el caballero?
Cuando lo miré descubrí que uno de sus ojos no tenía iris. Quedé atónito por unos segundos, esto no podía ser fortuito. Le pregunté sobre la causa de su desgracia y quedando sorprendido por mi atrevimiento me hizo un gesto para que bajase la voz, y susurrando muy discretamente me dijo:
– El ladrón de las minervas lo hizo, y justamente lo tiene detrás sentado.
Cuando me di la vuelta vi a mi padre y recordé las palabras que siempre me decía cuando era pequeño:
– Hijo, la inteligencia emocional es la más valiosa, es lo único que va a hacerte una persona virtuosa, y esa inteligencia la hallarás en los ojos de la gente, pues es la mirada la expresión más pura de los sentimientos.