El ladrón de vidas
Eva Esther Perez Velazquez | Eva Esther

El cuchillo se encontraba suspendido sobre su mano derecha, la ensangrentada hoja bailaba en el aire depositando pequeñas gotas viscosas sobre el asfalto, a poco menos de unos meros centímetros de su víctima, la cual yacía completamente estirada junto a sus pies, con la mirada perdida bajo un cielo completamente negro, inerte, carente de vida.
El ladrón de vidas la había matado y se sentía feliz por ello, liberado, poderoso, un Dios entre los mortales.
Eufórico de su proeza se pasó la hoja del arma por la nariz, sintiendo el placentero aroma de la sangre de su víctima, cautivándolo, llenándolo de un éxtasis más estimulante que el sexo, obligándolo a mirar al cielo para gritar mil maldiciones que iban dirigidas a ella, a la única mujer a la que él no podía tocar, la inspectora Vázquez.
-¡Maldita seas puta del demonio! ¿Ves lo que obligas a hacer? ¿Te das cuenta de que eres tú la única culpable de que ella esté muerta? ¡Zorra ven a buscarme, ven si te atreves!
Luego el silencio se hizo en el lugar, sabía que no tenía tiempo para nada más, que si no se marchaba cagando leches acabarían por atraparlo, y eso sería ponérselo fácil a ella,
«¡No!»
Pensó él, aún tenía muchas más víctimas que lo esperaban con los brazos abiertos, mujeres como aquella, que pedían a gritos ser liberadas de las sendas de este punto mundo. Mujeres cuyas almas escariadas imploraban porque él tomase sus insulsas vidas.
Todas aquellas sensaciones lo hacían comprender una sola cosa, que no podía parar aunque quisiese.
Horas más tarde
-Inspectora Vázquez, hemos encontrado el cuerpo sin vida de una mujer caucásica, de unos veinte años, rubia, de unos 50 kilos aproximadamente. El forense aún no ha llegado pero por lo que hemos podido ver desde esta distancia, lleva un corte en el cuello por el que muy probablemente se desangró, igual que las otras dos víctimas anteriores.
-Bien teniente García, eso nos indica que estamos hablando de nuestro asesino en serie al que los medios de comunicación se han molestado en llamar El Ladrón de vidas.
El teniente antes de dar su opinión personal al caso se sacó una tableta de chicles que quiso compartir con su jefa, la cual reusó, como era habitual en ella.
– Muy apropiado diía yo, la calloña periodística siempre sabe como sacale jugo a tipos como este cabón de mieda. Seguo que en estos momentos debe de estar bulándose de lo lindo.
El chicle que masticaba el teniente García le impedía articular correctamente ciertas letras, lo que hacía que su aportación al caso pareciese un jeroglífico egipcio, algo que a la inspectora Vázquez no le pillaba por sorpresa y que toleraba para no tener que oír su perorata más malsonante.