EL LIBRO
Francisco Javier Guerra del Río | Flodkrig

La puerta del apartamento estaba cerrada por dentro con llave. Por la ventana no pudo entrar la bala, pues también estaba cerrada y el cristal intacto. El asesino tuvo que acceder con una llave propia. Todo apuntaba a que había que centrar la investigación en el círculo más cercano de la víctima.
En el suelo, junto al cadáver, había un libro. El inspector se agachó y lo cogió. Dedujo que debía ser un ejemplar valioso, como los demás libros que estaban apilados sobre una mesa y que formaban parte de una colección que la víctima acababa de comprar a un marqués venido a menos.
Algunos volúmenes tenían cierto valor, como una edición de La divina comedia de Dante Alighieri editada en Barcelona en 1884 y una decena de primeras ediciones que el inspector, gran amante de los libros, reconoció inmediatamente como tales por tener escritas las fechas de las respectivas publicaciones en las páginas del título, como tenían por costumbre hacer los editores en el siglo diecinueve y por el característico decolorado por oxidación en la tinta de los exlibris.
El inspector reclamó la lista completa de los libros que conformaban la colección; pensó que si faltaba alguno y su valor era considerable, podía ser el motivo del crimen. Ojeó el que tenía en la mano y lo primero que le llamó la atención fue que carecía de título y autor, pero lo más sorprendente era que todas las páginas, a excepción de la primera, estaban en blanco. En la única hoja impresa estaba escrito lo siguiente:

Permanecí décadas en la estantería de la biblioteca del marqués de Cienfuegos, cubierto de polvo, olvidado como un mal recuerdo, hasta que por fin me vendió. El marqués tuvo más suerte que sus antepasados, pues aborrece la lectura, insana aversión hacia los textos que, sin embargo, le ha salvado la vida. Afortunadamente, no fue así con mi último dueño que, como puede usted ver, señor inspector, está ahí, tirado en el suelo de su sala de estar con un balazo en la sien.
Ahora es su turno, señor inspector, será usted la siguiente muesca en la culata de mi revólver, pasará a engrosar mi lista de víctimas que comenzó en la postrimería de 1888, como mi admirado Jack, pues, imprudentemente, está cometiendo el error de leerme.
Adiós, señor inspector.

Sonó un disparo. El inspector cayó muerto. Buscaron por todas partes al autor del disparo, pero en la estancia no había nadie, nadie pudo haberlo hecho: era del todo imposible.
Han pasado algunos años desde que el caso quedó archivado. El libro, que el inspector comenzó a leer antes de caer muerto, dormita en dependencias policiales, en una caja de cartón, junto a dos cartuchos pertenecientes a un revólver 7,62 Nagan.
Un joven agente, que se había interesado por el misterioso asunto, entró esta mañana en su despacho con la caja en las manos. Al poco, se oyó un disparo.