El marido engañado
Maria Teresa Cuesta Roca | T. Cuesta Roca

Nunca hubiese podido imaginar lo que iba a encontrar como resultado de mis investigaciones. El caso era corriente, un amigo mío quería saber si su mujer lo engañaba con otro. Desgraciadamente tengo muchos casos como este y suelen ser tediosos: horas y horas de seguir a gente, esperarles, volverlos a seguir, tomar fotos del individuo a investigar en situaciones comprometedoras; un aburrimiento total. No hay que pensar mucho ni tener la inteligencia de Einstein para resolver este tipo de casos. Lo que hay que tener es paciencia. Para eso tengo un par de ayudantes que se turnan conmigo en seguir a los sospechosos las veinticuatro horas del día.
Mi amigo me había dado unas fotos de su mujer, que di a mis colegas. Yo ya la conocía y no la necesitaba. Averiguamos un montón de cosas inútiles como dónde trabajaba, sus horarios, qué otras salidas hacía, con quién se relacionaba, a qué peluquería iba, dónde hacía sus compras y un largo etc. Nada fuera de lo normal.
Sin embargo, no nos dimos cuenta es que a veces no salía de casa, sobre todo los fines de semana cuando estaba sola en el piso. No se nos ocurrió vigilar su domicilio en esos días, asumíamos que su marido estaría con ella. ¡ERROR! Allí, en su casa es donde tenía lugar el adulterio. Lo descubrimos por pura casualidad. Y fui yo quien lo hizo para más INRI.
Se me ocurrió que debía dar cuentas de mi trabajo a mi amigo, al haber transcurrido tanto tiempo sin descubrir nada. Me veía obligado a decírselo y cerrar el caso, no hacía falta que siguiera pagándome para no descubrir nada anormal en el comportamiento de su esposa. No era ético seguir cobrando cuando ya estaba seguro de que no había engaño alguno por parte de su mujer. Así que me presenté en su casa a las once de la mañana del sábado, una hora que me pareció prudente, para tener una pequeña charla con mi amigo.
Me abrió la puerta la criada, una jovencita de unos veinte años, mulata, bastante guapa y con un cuerpo imponente. No llevaba uniforme (eso ya está pasado de moda), sino unos vaqueros y una camisa en la que los tres botones superiores estaban abiertos: casi podía verle los pezones, ya que no llevaba sujetador. Daba la impresión de haberse vestido a toda prisa.
Antes de que tuviera tiempo de preguntarle por mi amigo, salió la esposa medio desnuda de una habitación de invitados en dirección al baño, tratando de no ser vista. Pero la vi, vaya que si la vi. Y no perdí más tiempo: cogí a la mulata y me la llevé al bar más cercano. Le dije que era policía y que sabía que era una ilegal. Si no quería mayores consecuencias debía contarme la verdad sobre la relación que mantenía con la señora.
Y ella lo contó todo.
El problema ahora era cómo explicárselo a mi amigo.