Siempre es el mayordomo.
No importa la cantidad de sospechosos alrededor de la escena de un crimen. No importan los móviles, ni las huellas distraídas bajo el alfeizar de la ventana. No importan los reproches cargados de rabia y odio entre los comensales del cumpleaños de la abuela. Siempre será el mayordomo.
Excepto cuando es la propia silueta del mayordomo quién yace dibujada con tiza en el suelo del salón. Hombre blanco, metro noventa, sobre los cincuenta años, pelo canoso, reservado y eficiente.
¿Quién desearía su muerte?
La abuela parece la sospechosa menos probable, siempre preocupada por contar las galletas de naranja y canela del bote de la cocina. Quizás, nuestro pobre mayordomo, en algún momento de debilidad, sació su hambre con un dulce que no le correspondía.
El padre de familia pierde el temperamento con facilidad, acostumbra a gritar, despreciar y escupir a cualquiera que no cumpla con lo que él espera. Quizás, nuestro pobre mayordomo se atrevió a contradecirle.
La señora de la casa, que al principio solo quería dinero, y ahora solamente busca algo de cariño entre las palabras vacías de su marido y sus hijos. Quizás, nuestro pobre mayordomo rechazó amablemente sus ofertas de compartir la soledad en compañía.
La hija mayor esconde un misterioso secreto, preocupada por comprar botellas de alcohol y mantener borrachos a sus padres y otros anfitriones fiesta tras fiesta. Quizás, nuestro pobre mayordomo solo quería un trago para soportar la jornada laboral y lo descubrió.
La hija mediana no parece prestar atención a nadie que no sea ella misma, o a su colección infinita de maquillaje y perlas. Quizás, nuestro pobre mayordomo compartía los mismos gustos estéticos y ella no tolera la competencia.
Por último, casi paso por alto al hijo menor, olvidado en un rincón. Quizás, nuestro pobre mayordomo cruzó el salón justo cuando el pequeño ideaba un plan para llamar la atención de su familia.
¿Y yo? El detective aficionado al que nadie escucha porque nadie quiere conocer la verdad. Supongo que duele demasiado reconocer que entre todos lograron que el mayordomo no quisiera vivir más. Entre galletas de naranja y canela, gritos, desprecios y escupitajos, sábanas blancas, secretos, amenazas y fantasmas… Al final, cogió la pistola del difunto abuelo y les dejó cara a cara con sus demonios.
Sea como sea, siempre es el mayordomo.