Apenas hay tráfico en la A3 Valencia-Almagro a esta hora de la madrugada. Cae una lluvia persistente, un sirimiri más molesto que inocuo que me impide desconectar los limpiaparabrisas. El coche es viejo pero aguantará; después del encuentro podré olvidarme de todo: del golpe que dimos, de la bolsa con dinero que llevo a mi lado con la pistola, del piso franco donde he estado oculto los últimos seis meses… y de esperar el mensaje que pondría punto y final a esta locura.
La autopista está oscura y llevo un rato viendo, por los retrovisores, cómo se acerca un coche a gran velocidad. Me empiezan a sudar las manos. Me han descubierto, estoy seguro. Al alcanzar cierta distancia se mantiene constante, ni muy cerca, ni muy lejos; busco nervioso cualquier desvío que pueda tomar y me permita comprobar, sin levantar sospechas, si de verdad me siguen o es mi cabeza inventando fantasmas.
Ha pasado media hora cuando vuelve a acelerar. Poco a poco va recortando la distancia que nos separa. Cada vez más cerca… y yo cada vez más ansioso. Agarro con fuerza el volante, no puedo despegar los ojos de los retrovisores, ni siquiera sé cómo puedo avanzar sin golpearme contra algo, no veo lo que hay delante de mí. La maldita lluvia, la tensión. Noto mis pupilas dilatadas por la oscuridad y el nerviosismo fijas en la línea blanca del arcén y en el poco pavimento que alcanzo a ver.
Está muy cerca, circula por el mismo carril que yo y no tiene intención de adelantarme. Sudo. Sudo mucho. Está a apenas cinco metros, el ruido del limpiaparabrisas. Cuatro, siento los nervios en la boca del estómago. Tres metros, busco de reojo la pistola. Dos metros, demasiado cerca… y, cuando ya está pegado a mí, cuando ya casi escucho su motor… cambia de carril en una maniobra brusca… pero no me adelanta. Circulamos más o menos a la misma velocidad, los músculos de mis piernas rígidos me duelen, intento evitar la tentación de pisar a fondo el acelerador. Miro al frente sin mover la cabeza, no quiero parecer extrañado, si hay una mínima posibilidad de no llamar la atención, necesito tenerla.
Me rebasa… aumenta la velocidad… y desaparece delante de mí.
Todo mi cuerpo se abandona, hasta mi esfínter lo hace y me detengo en seco haciendo chirriar las ruedas en la gravilla del arcén oscuro y mojado. Me ahogo, no me llega el aire así que salgo y noto las suaves gotas que me erizan la piel. Quiero desmayarme, quiero que deje de darme vueltas el estómago, quiero vomitar… pero no hago nada de eso, solo me dejo empapar y recupero el aliento.
Diez minutos después, antes de regresar al coche vuelvo a leer el mensaje:
Almagro, 3. 08:00h
Y caigo en la cuenta: ¿Y si no es Almagro el pueblo?, ¿Y si voy en la dirección equivocada? Miro el reloj, son las seis, ¿y si esto no ha terminado…?
Entonces sí, vomito seis meses de angustia.