EL MISTERIO DE LOS PIÑONES MENGUANTES
Ayda Cáceres Sánchez | Ayda

Estuvo recogiendo piñones todo el verano, un puñado cada vez, siempre del mismo pino, en los demás no había casi nunca. ¿Quién hubiera imaginado que no se caían todos de golpe? Los iba poniendo en una huevera de cartón que había vacía en el porche de la casa, recuerdo de la pasada estación, en que las gallinas ponían más.
“¡Ay!¡la calor!” pensaba cada vez que terminaba, al atardecer, cuando ya no distinguía los piñones en el suelo. Miraba cómo se iban llenando los alveolos día tras día, como dejaban incluso de distinguirse. Quería esperar a tenerlos todos antes de pelarlos, para que se conservasen mejor. Se relamía mentalmente, planeando todas las cosas ricas que prepararía, mientras se tomaba su lata de cerveza bien fresquita.

Un día tuvo suerte, había hecho viento, no le bastaba con las manos, y tuvo que utilizar la camiseta. Cuando fue a añadirlos al montón le pareció que había menos, y no se lo creía. Ese momento cambió su ritual, tenía que ver qué más había cambiado, así que revisó la casa primero y los exteriores después, a ver si faltaba algo más. Todavía se lo creía menos: ni faltaba nada, ni había un solo objeto fuera de su sitio, sólo los piñones.
“¿Por qué se molestaría alguien en subir hasta aquí para coger unos pocos piñones? Bueno, igual querían llevarse algo, pero tampoco hay nada que merezca el esfuerzo, y han cogido algunos para el camino”

Pasaron bastantes días hasta que volvió a subir. Después de apañar a las gallinas, empezó el ritual. Cuál no sería su sorpresa cuando vio la huevera casi vacía. Instintivamente, puso los piñones en un vaso: “Esta vez me los llevo”.
Tampoco esta vez faltaba nada más, así que se acercó a ver al vecino. Al llegar, el perro empezó a ladrar:
– ¿Qué pasa, Tomás?
– Pues ya ves, aguantando el calor. Pasa, ¿Quieres una cerveza?
– Claro – se sentó en el porche, y observó al perro, ya más tranquilo, devorar los restos de la cena “¿En serio, macarrones al pesto?”
– Llevas tiempo sin subir
– Ya, lo echaba de menos, demasiado jaleo. ¿Qué tal por aquí?
– Pues, todo lo contrario, estos días no sube nadie. Vamos, que ni el panadero, como no le renta…
– ¿Habéis ido a la playa?
– ¡Qué dices!, no cambio yo esta tranquilidad por ná
– Lo entiendo perfectamente.
Empezaban a ulular los búhos. Terminó la cerveza, y se fue, con más dudas que antes. “Por aquí no ha venido nadie, desde luego. Tampoco tiene mucho sentido que Tomás se cuele en mi parcela para coger piñones, con pedirme es suficiente. Bueno, mañana será otro día”

Se acercaba la época de lluvias y había que hacer unos retoques en el gallinero. Cuando abrió el mueble de las herramientas, no pudo reprimir la risa. Dentro, junto a los guantes roídos, vio el montón de cáscaras de piñones. “Así que un ratón de campo, ¡qué agradable sorpresa!”