EL MISTERIO DEL FANTASMA
Vicente Ráfales Riera | drvira

Como ya sabéis, Max, el muchacho que con 15 años es capaz, de memorizar varias páginas de un libro, conocer que carta escogida de una baraja, o cómo hacer desaparecer una moneda en tu propia mano, gracias a ser hijo del Gran Carler, el ilusionista internacional.
Se encontraba ese día con unos amigos de colegio que como él, de padres viajeros, tomaban clases en una academia montada en un viejo caserón, adecuado al efecto por unos profesores en la ciudad de Montpelier, Francia. Lugar donde el teatro de su padre se encontraba contratado durante cuatro meses.
En la charla entre clases surgió la conversación de una leyenda que se decía sobre la mansión donde impartían clases. Era la aparición de un fantasma encapuchado que rondaba por el pasillo central del edificio.
Ocurría sólo cada noche de luna llena. Se decía que el espectro llevaba años sin aparecer, pero que, en los últimos meses se le había vuelto a ver en los plenilunios.
Los amigos de Max, conociendo sus habilidades, le retaron a que se quedase justamente esa noche de luna llena, para observar la aparición y ver si podía comunicarse con ella.
Al día siguiente, Max apareció junto sus compañeros obsequiándoles con una gran bolsa de caramelos y pasteles, explicándoles sus averiguaciones fantasmagóricas.
– Me personé esta noche en el ala sur de este caserón, lugar donde se inicia el largo pasillo, con sus enormes ventanales góticos que se reparten en todo el recorrido. Allí oculto por una de las columnas de los miradores, pude observar a una señora que, cubierta con un chal con capucha, iba separando los tapices que cubrían las paredes de enfrente de los ventanales, mirando y pasando la mano debajo de ellos. Comprendí que era “la Fantasma”. Después de hablar con ella, hoy ha venido al colegio y me ha obsequiado con este montón de chucherías en agradecimiento de nuestra charla.
– Pero qué le dijiste para este resultado – Preguntaron sus amigos asombrados del efecto de una simple investigación.
– Sencillamente, reconocí a la señora como la sirvienta que viene cada día a limpiar este caserón. Ella trabaja en todas las habitaciones, pero justamente en el largo pasillo, es donde hacemos la gimnasia y más tarde estamos todos charlando y paseando, o sea, nunca está vacía. Comprendí que ella buscaba algo, cosa imposible de hacer durante el día, además, al estar apagadas todas las luces por la noche, solo los días que la luz de la luna entraba por los ventanales, podía hacer. Al preguntarle, me dijo que lo que buscaba era un manojo grande de cartas de amor de su difunto marido, que él, había escondido debajo de los tapices cuando era lacayo en el caserón y le avergonzaba que la vieran encontrarlo.
Solo tuve que mirar transversalmente la pared desde el principio del pasillo para notar en qué lugar se observaba un buen bulto en la tela de uno de los tapices y señalárselo a la señora.