Un hombre en la cornisa de un edificio a punto de saltar suele atraer la atención y más aún si su clara intención es lanzarse al vacío. Existe una rama de la policía encargada especialmente de negociar con estos pobres desesperados y allí es precisamente donde entra en juego Smith.
Armado con tan solo su café y un megáfono, Smith entra en escena con su pose segura y relajada.
– ¡Hijo! ¡Soy el agente William Smith y soy el negociador al mando de la policía! ¿Cómo te llamas, hijo?
– ¡Car… Carter! – gritó el hombre desde la azotea.
– ¡Carter, escucha! ¡Estoy seguro de que ahora mismo tienes todo tipo de pensamientos rondándote la
cabeza pero lo más importante que quiero que hagas es apartarlos y escucharme atentamente antes de hacer nada!
– ¡No me convencerá para que me retire! – gritó nervioso Carter.
– ¡Está bien… está bien, hijo!
– ¡¡No soy tu hijo!! – dijo el hombre en la cornisa que parecía bastante alterado.
– Muy bien, Carter. ¿Estás seguro de que quieres hacerle daño a tus seres queridos? ¡Tu muerte sólo traerá dolor a los tuyos! – Smith no dejaba de mirar hacia arriba con el megáfono en mano, expectante.
– ¡No tengo ningún ser querido! Ya no… ¡Me abandonaron por culpa de mi adicción al maldito juego! ¡Pero no puedo evitar hacerlo, es superior a mí! ¡Lo perdí todo! – gritó el hombre haciendo un movimiento que le desequilibró y casi le hace caer, provocando una reacción de angustia en los testigos de la calle.
– ¡Escucha, Carter, hay mucho por lo que vivir, hijo! ¡Baja de ahí y lo hablaremos con calma en el suelo. ¡Vamos…! ¡La decisión es tuya!
Carter miró hacia atrás, hacia abajo y saltó. Todo el mundo presente exclamó de pánico y se hizo un completo silencio al llegar al suelo.
Smith bajó la vista y volvió a su coche en silencio. Miró alrededor y cuando se aseguró de que nadie miraba en su dirección, sacó un pequeño cuaderno de notas y apuntó el nombre de Carter con un bolígrafo junto a una lista de dieciséis nombres y luego sonrió ampliamente. A Smith le encantaba su trabajo. Le permitía a un asesino como él matar a sus víctimas sin levantar ninguna sospecha y sólo con palabras. Al fin y al cabo, ¿Quién iba a darse cuenta de que algo como una negligencia lo suficientemente repetida era un patrón?
Smith arrancó el coche aún con la sonrisa puesta de oreja a oreja y se marchó. Su trabajo allí estaba hecho…