EL NÚMERO CINCO
Paco Cebrián Fernández | John Wick

Se llamaba Jules Winnfield y estaba en el corredor de la muerte. Era Jules Winnfield un hombre maduro, al que no le hubiera ido nada mal alguna sesión de gimnasio a la semana. Casado con su novia de toda la vida, tenía dos hijos, a los que había criado bajo la fe Evangelista que a él le habían dado sus padres. Presumía de vida ordenada, pero en realidad era aburrida, tirando a vulgar. De casa al trabajo. Del trabajo a casa. Los sábados al partido de los niños, y el domingo a la iglesia. Su trabajo como gestor de préstamos hipotecarios del Banco Central tampoco le permitía muchas aventuras. Aquella famosa mañana, por ejemplo, había aprobado uno a una pareja que quería casarse. Era la parte agradable de su trabajo; cuando le dieron las gracias y marcharon felices acudieron a su memoria recuerdos con su esposa, aquella sensación de poder volar, de que la vida por delante era infinita. Antes de acabar la jornada también tuvo una entrevista con un policía que quería ampliar su hipoteca para pagarle los estudios universitarios a su hija. Pero, ni la generación de recursos, ni la tasación, aconsejaban la operación. Negarle a alguien sus sueños, o sus necesidades era la parte desagradable de su profesión. La entrevista fue fría y corta, que no conviene alargar esos momentos. No obstante, el policía pareció entenderlo, y después de estrecharle la mano le dijo a Jules Winnfield un “ya nos veremos”. Todo muy profesional.
Cuando, de vuelta a casa, observó por el retrovisor las luces azules parpadeantes del sheriff no pudo evitar ponerse nervioso. “¿Alguna luz trasera rota? Exceso de velocidad no podía ser, seguro”. Por suerte no era nada de eso. El propio jefe de policía le explicó que se había cometido un delito, y que necesitaban voluntarios para una rueda de reconocimiento. Jules Winnfield tendría muchos defectos, pero el no ser un buen ciudadano no era uno de ellos. Acudieron juntos a comisaría donde uno de los ayudantes le entregó una tarjeta con un número, el cinco.
—Colóquese junto a los demás, con el cartel en el pecho, por favor. Mire al frente —le pidió.
Junto a otros siete hombres, se dispuso ante un cristal totalmente oscuro. Al otro lado, la testigo, Y junto a ella el policía que quería enviar a su hija a estudiar.
—¿Puede ver quién mató a su marido, señora?
—El negro.
—Recuerde lo que le dije antes: nada de detalles personales.
—El número cinco.