La inspectora Rodríguez se acercó a mí lentamente sin dar crédito a lo que veía.
—Herida de arma blanca en el abdomen, de 95 milímetros de profundidad, alcanzando órganos vitales que hacían……
—Gracias, forense Sánchez. Puede dejarme el informe detallado sobre la mesa. Lo leeré en cuanto hable con el agente Lara sobre los pormenores del incidente. En el informe preliminar hay ciertos datos que no me terminan de cuadrar. —Y, dirigiéndose hacia el agente, hace un ademán con la cabeza para que este comience a narrarle la información de que dispone hasta ese momento y las conclusiones de sus primeras averiguaciones.
—Sabemos, inspectora Rodríguez, que el asesinato se produjo a altas horas de la madrugada, pero es curioso que habiendo sido el asesino tan cuidadoso como para no ser detectado por todas las medidas de seguridad de que disponía la víctima en su vivienda, haya utilizado un arma tan exclusiva y fácil de rastrear. Eso nos da que pensar que se trata de una persona a la que la víctima conocía bien y que…
—Un momento, agente Lara, ¿por qué ha descartado tan rápidamente el suicidio? Tengo entendido que el arma del crimen era propiedad de la víctima, según han testificado los amigos del sujeto, y que la guardaba celosamente.
—¿Suicidio, inspectora? ¿Me está tomando el pelo? Imagino que estará poniéndome a prueba. En cualquier caso, le indico que el desorden de la escena, la extraña posición del cadáver y, sobre todo, que las huellas del arma del crimen no se correspondan con las de la víctima, evidencian que se trata de un asesinato.
La cara de la inspectora iba cambiando de color a medida que conocía los detalles del suceso de boca del agente Lara. Yo imaginaba que no paraba de preguntarse cómo era posible que me encontrase en la sala de autopsias con una herida mortal si la última vez que me vio yo dormía plácidamente en la cama que habíamos compartido en las últimas semanas. Ella, que se habría garantizado una sólida coartada para el momento en que tenía que haberse producido mi fallecimiento de forma natural a ojos de todos, ahora me miraba con ojos brillantes y labios temblorosos.
Poco podía imaginarse ella, al darme aquel veneno que me provocaría un paro al corazón horas después, que yo me percataría de todo y tendría la sangre fría suficiente como para autolesionarme, tras su salida de la casa, con la navaja de coleccionista seriada que ella misma me regaló tiempo atrás y en la que estaban sus huellas. Ni que dispondría del tiempo suficiente como para deshacerme de los guantes que había utilizado para ejecutar mi plan y manipular la escena del crimen sembrando pistas que llevarían a los agentes hacia ella tarde o temprano.
Lástima no poder estar presente también en el momento del arresto para observar esa cara de terror que pone cada vez que la hago (hacía) sufrir; esa expresión que tanto me gusta y que tantas veces he provocado y disfrutado.