EL ORNITÓLOGO
Ana Gil Trigo | Astra

Fran prefiere no dormir, está activo y despierto como una lechuza. Debe recoger por lo menos diez kilos de basura de las playas del municipio esta semana como le ha encomendado el juez.

Se monta en su bicicleta y rueda sendero abajo hacia el acantilado. A medida que va acelerando, la piel de su cara empalidece por la brisa fresca. El aire es denso, una mezcla perfecta entre el olor a resina y salitre.

Aparca la bicicleta y se dispone a explorar; avista una familia de carboneros sobre las ramas de un pino y se acerca para poder verlos con detenimiento. Saca del bolsillo su cuaderno de apuntes y comienza a dibujar la cabeza de un carbonero casi de memoria. Al rato, los pájaros vuelan y Fran cierra el cuaderno.

De pronto Fran se gira sobresaltado. Un pájaro grande y blanco se acerca cojeando y arrastrando las alas, está herido. Fran analiza rápidamente al animal. Se agacha y acaricia al ave. Un líquido verde y apestoso se derrama ente sus dedos. Sin pensarlo se pone en marcha con el animal dentro de su mochila. Sube las escaleras de su casa de nuevo y se encierra en su habitación.

El alcatraz se encuentra desplomado en el fondo de la bolsa. Abre las cremalleras y descubre la solapa. El ave irgue la cabeza temblorosa sin apenas fuerzas.

Fran saca una manta grande de su armario y construye un nido plegando hacia dentro las cuatro esquinas de la manta. Marca un hueco con el puño y con cuidado, coge al pájaro y lo deposita en el hoyo artificial. El alcatraz lo mira fijamente a los ojos y aguanta por unos segundos con el cuello tieso, después se deja caer derrotado por el cansancio.

A las siete y media de la mañana los primeros rayos de sol se cuelan por la persiana de la habitación de Fran. Abre los ojos y parpadea mirando fijamente al escritorio, después de unos segundos recuerda a su huésped. Se incorpora sobre si mismo de inmediato y mira la manta que hay en el suelo; está intacta y el alcatraz no está allí. La puerta de la habitación está entreabierta y un líquido verde y pegajoso deja un rastro hacia el pasillo. Fran se levanta de un salto pero avanza cauteloso, no puede evitar sentirse nervioso y con temor a encontrarse algo inevitable.

Sobre la alfombra larga y granate que recorre el pasillo, yace muerto el alcatraz. Tiene las alas abiertas, el cuello partido y la cabeza oculta debajo del pecho. Fran se agacha para comprobar su estado. El ave conserva todas las partes de su cuerpo, pero se muestra en volumen como el pellejo de un armiño, no tiene esqueleto. Fran va a por una bolsa y regresa para recogerlo; es demasiado fácil, el cuerpo del pájaro entra en el saco deslizándose rápidamente. Sin pensarlo, y con desagrado, cierra la bolsa con un nudo, la deja sobre el rellano y cierra la puerta.