El pacto
Estefanía Bravo Fuentes | Estefanía

Se despertó en mitad de la noche, casi sin alma.

Exhausta no alcanzaba a comprender qué estaba sucediendo. Lo único real era el dolor incipiente en su cabeza.

¿Qué podía haber hecho? ¿Qué podía haber sucedido?

Son preguntas que interactuaban los ojos de Mirta y el inspector de homicidios Ezequiel Claros.

Ambos subieron a la planta del domicilio de Mirta. Él quería enseñarle el motivo de su presencia y que las preguntas tuvieran respuestas. Inerte en el suelo del baño, sentado, desnudo y con los ojos vendados estaba su pareja Abraham.

Mirta enmudeció. Ezequiel ante el silencio desgarrador de ella, declinó hacerle preguntas. Ya en comisaría comenzaría la verborrea declaratoria.

Todo apuntaba a un juego sexual que se fue de las manos. El cómo sería lo incómodo.

A priori no se denotaba violencia. No había restos de sangre ni vestigios de una noche descontrolada. Lo más insólito era la posición de Abraham, parecía estar en un estado de paz inquebrantable.

-Supongo que no recuerda nada. aseveró Ezequiel.
-Si así fuese estaríamos en otro escenario. Parecía sentenciar Mirta.
-Tiene que saber que no la estamos culpando pero debe comprender que solo estaba usted aquella noche.
-Sí, es de primero de manual de lo vuestro, ¿no? Espetó sarcástica.
-Ya… Lo que no es primero de manual y sí es un trabajo de matrícula de honor es una escena tan limpia.

Mirta no quiso responder.

Ezequiel comprendió que había algo intrínseco en su silencio y la cuestión es que ella no lo conseguía verbalizar, por eso ella no podía responder.

Poco a poco la actitud de Mirta era clarividente. Parecía recobrar el sentido y narró lo ocurrido.

-Abraham ya no era el mismo. Él decía que cualquier día lo haría.

-Hay psicólogos, terapia, su ayuda… Dijo sorprendido Ezequiel.

-Se intentó todo, créame. Suspiró ella.

-Fue un suicidio entonces. Simplificó él.

-Si hay que ponerle nombre, sí. Fue algo pactado. Él decía que me hacía daño, más que así mismo. Cuando le vendé los ojos no hubo un atisbo de resistencia o arrepentimiento. Parecía haber llegado el día. Tuve que vendarle los ojos porque no podría soportar su mirada.

-¿Por qué desnudo?

-Romanticismo. Cosas de él.

-Yo lo llamo coartada, para que pareciese un juego sexual. Sentenció el inspector.

-La pulcritud de la que hace mención se llama veneno. No quería presenciarlo y con un poco de esperanza pensé que no ocurriría.
Explicó ella para desmontar la opinión categórica de éste.

-Pero ocurrío. Ezequiel recalcó.

-Sí, tuve que irme a emborracharme hasta perder la noción del tiempo, del espacio y de mis pensamientos.

-Aseguró su segunda coartada. Ironizó.

-No hubo coartadas. Simplemente no podría haberlo presenciado.

-Mirta, usted lo ha indicado antes, fue algo pactado. Fue conocedora del hecho a producirse y no hizo nada para evitarlo.

Entonces la mujer calló unos segundos, tomó aire, extendió sus brazos y juntó sus muñecas haciendo el ademán para que le pusieran las esposas policiales.

-Sí, ahora lo veo claro. Abatida, finalmente contestó.