Viví, años atrás, con una chica gallega. Compañera de piso de la que mi casero dijo “que era majísima”. Creo que fue el corrector lo que le hizo cambiar la j por la l.
La convivencia con Sara (nombre ficticio) parecía normal el primer día, pero pronto detecté ciertas conductas extrañas: únicamente le daba una calada a sus cigarros, cantaba mirándome a los ojos mientras yo comía lentejas o dejaba, a modo ritual, huevos duros partidos por la mitad. Repartidos por toda la casa.
Pasó un mes de convivencia en el que yo apenas estaba en casa entre el trabajo y la vida madrileña, que te enreda. Un jueves, antes de irme a mi ciudad natal y abandonar durante escasas 48 horas esa casa, decidí comprar papel higiénico. Compré 24 rollos; ni uno más, ni uno menos. Tras un corto descanso, el domingo volví a la casa que compartía con ella.
Después de cuatro horas y media metida en un tren infecto, una hora de cola para parar un taxi y un trayecto por carretera, abrí la puerta de casa, la vi en el sofá, con un cenicero lleno de cigarrillos sin consumir y la saludé con un escueto “hola, voy al baño y en breve me haré la cena”. Me senté en la taza del wáter, hice pis y mi mano fue directa a coger papel del portarrollos. No hubo contacto: no había papel. Miré a la estantería de enfrente y, efectivamente, tampoco había. Un tanto sorprendida, me levanté, me puse el pantalón rápidamente y salí.
– Sara, ¿dónde están los rollos que compré el jueves? – dije recalcando el día de la semana.
Me miró fijamente a los ojos, con esa mirada perdida que tenía cuando me cantaba o cuando fumaba sin fumar. Por primera vez, noté cierto brillo de emoción en ella.
– Se acabó – respondió encogiéndose de hombros.
Instantes después, un ruido me hizo girarme e ir hacia el baño. Del wáter había comenzado a brotar agua. Su fin de semana había consistido en meter, uno a uno, los rollos enteros de papel higiénico y tirar de la cisterna.
Y, días después, llegó un fontanero, lo arregló y se fue. Al igual que Sara, mi querida compañera gallega, que tras ese incidente y varias catastróficas desdichas anteriores, también fue invitada amablemente a irse de aquel piso.