EL PARQUE DE LOS ELEFANTES
Matilde Gallardo Barbarroja | Dilma Roja

Le despertó la llamada en el móvil. Eran las 5.30 de la mañana y tenía que estar en el lodge a las 8 para llevar a los turistas al parque de los elefantes. El trabajo de guía de safari no era difícil, lo había hecho otras veces y pagaban bien, luego estaban las propinas…… Además, no se podía permitir el lujo de rechazar ofertas cuando no había mucho trabajo de intérprete, su verdadera vocación.
“Vamos allá”, se dijo Harri al ver al grupo que le esperaba en el lodge. Eran 5 personas de mediana edad con sus correspondientes cámaras al cuello y pantalones de combate. “Hallo” les saludó sonriente, mezclando algún comentario simpático con la información sobre el recorrido del safari. A Harri le gustaba que los turistas se sintieran cómodos, relajados, les invitaba a hacer preguntas para demostrar cuánto sabía sobre la historia del parque y los animales.
Emprendieron el camino, 7 kms. hasta llegar a un valle rodeado de montañas verdes que parecían extenderse infinitamente. Todo iba bien, Harri explicaba, los turistas hacían fotos, hablaban entre ellos, parecían asombrados con la exuberancia de la naturaleza. Algunos hacían preguntas: ¿cuántos elefantes hay?, ¿dónde se esconden?. Todo muy normal, rutinario, pensó Harri.
De repente, aprovechando una parada en la ruta para observar un búfalo, dos pasajeros salieron del vehículo y comenzaron a andar apartándose del camino ante el asombro de Harri cuyas repetidas llamadas no parecían surtir efecto. El resto de los pasajeros les observaban. No parecían sorprendidos por la actitud de sus compañeros que seguían avanzando como atraídos por una fuerza invisible.
-¿Qué está pasando?, preguntó Harri, ¿Por qué no vuelven?, es peligroso y no puedo responsabilizarme de su seguridad si no regresan al vehículo.
-¡Cállese!, saben lo que hacen. Usted limítese a esperarles y conducirnos a todos de vuelta.
Una hora más tarde, los dos turistas estaban de vuelta. Transportaban una pesada caja entre ellos que subieron al vehículo sin ninguna aclaración. Harri no salía de su asombro. No sabía qué hacer, si debía encararse con los dos individuos, con todo el grupo, y pedir explicaciones. Sintió miedo, se sentía vulnerable entre esos extraños, en medio de la inmensa nada. Una voz le sacó de sus cabilaciones:
-Sigue conduciendo y llévanos de vuelta. Tú no has visto nada, ¿De acuerdo?.
Harri no se resignó a ser utilizado “¿Quiénes son ustedes?”, “¿Por qué han venido hasta aquí?”, “¿Qué buscan?”.
Alguien interrumpió el interrogatorio con un golpe seco sobre su cabeza que le desplomó sobre el volante. Otro individuo le sacó de su asiento y ocupó su lugar. El vehículo se puso en marcha sin Harri que quedó abandonado a su suerte al borde del sendero.
Dos días después recobró el conocimiento en el hospital. Un policía le preguntó qué había en la caja vacía que encontraron junto a él cuando le recogieron otros guías. Harri no supo qué responder. No recordaba nada, sólo el olor de la tierra húmeda y la penetrante mirada de un elefante.