El agente Lázaro, buscó la luz al final del whisky en “Lamucca”, un lugar elegante e íntimo que aportaba paz en tiempos de guerra. << Tiene que haber una conexión>>, se dijo mientras movía el vaso en suaves círculos. Un largo trago le devolvió a la cruda realidad, las butacas vacías a su alrededor, la del camarero que interrumpe su espacio para rellenar el vaso y esa gente extraña intercambiando sentimientos y emociones, como si fuera algo sencillo.
Claudia, su novia, fue la segunda de las tres víctimas. Recordaba su fragancia a olores frescos y suaves. Su sonrisa infinita. La belleza escondida en un saco negro. El forense certificó el mismo modus operandi, disección de las cuerdas vocales.
Los asesinatos fueron en un hospital. Su novia, como el resto de las víctimas, eran enfermeras de entre 30 y 35 años. Su superior, le quería fuera del caso tras perder los papeles en el Hospital de Claudia, La Paz, y golpear a varios médicos que no querían colaborar en la investigación.
Un golpe seco devolvió el silenció al bar. Un señor obeso se precipitó al suelo. Lázaro se abalanzó sobre él para darle un masaje cardiovascular hasta que llegara la ambulancia. Algo conectó en su interior, << ¿y si el asesino entró por urgencias?>>.
Consultó sus propias fuentes en dos de los tres hospitales donde encontraron a las víctimas. Información directa, sin burocracias. Revisó los ingresos el día de los asesinatos. Había coincidencias en una madre con un adolescente que intentó cortarse las venas, un octogenario con EPOC y un joven con hipoglucemias. Tanto éste como la madre y el adolescente, estuvieron en ambos centros.
Encarna, compañera de Claudia en La Paz, le facilitó el último listado. Mientras buscaba coincidencias, un grito ahogado lo alteró todo. Una enfermera salió del box sujetándose el cuello. La avalancha de ciudadanos y sanitarios sobrepasó al agente. La sala de urgencias se vació por completo. Lázaro desenfundó su revolver y al entrar en el box encontró tirado a un joven riéndose a carcajada limpia. Se llevó el bisturí a la boca para saborear la sangre.
Aquel joven confesó que esa chica no era como su madre. Las otras eran idénticas, con una fragancia similar, el pelo negro recogido, la nariz respingona. Tal y como la recordaba cuando le abandonó.
Lázaro buscó una excusa para reventar la cabeza al asesino de Claudia. El joven se levantó y ante el amago de arrojarle el bisturí. Lázaro disparó su hombro derecho. A pesar de todo, siguió riéndose.
José resultó ser un libro abierto. Diabetes tipo dos. Madre, munchausen por poderes. Cuando su madre le confesó haber matado a su marido, José harto y consciente de la jaula donde estuvo encerrado tanto tiempo, rebanó su cuello, no quería oírla más. Años más tarde, visitó las urgencias del Gregorio Marañón por una hipoglucemia, allí vio a su primera víctima, con su fragancia, su nariz y las ganas de hacer justicia.