Cuidado con el puto pelirrojo. Lo dije mil veces y nadie me hizo caso. Y aquí estoy, maniatado y con el ojo izquierda hinchado. El detective Santiago Segal, el que consiguió atrapar al asesino de la calculadora, el que resolvió el misterio de los siameses de El Born, está desnudo, atado a una puta silla sin asiento y harto de palos de un desgraciado al que se le veía a legua que estaba desequilibrado.
Pero esto es España y la envidia es el deporte nacional. Aquí los jefecillos están más ocupados de escalar que de salvar vidas. Podíamos haber evitado la muerte de Marta Sebastián, y, quizás, la de Sandra Sobrás. Pero qué más dan dos muertas más que menos. Es mejor joder a “SS”, como me llaman en la oficina, y dejarlo investigar solo el apartamento del pelirrojo más extraño del mundo. Sí, ser feo y raro no es condición indispensable para ser un asesino a sueldo. Pero, joder, no hay que ser Sherlock Holmes para saber que este tío coleccionaba orejas en el frigorífico.
Menos mal que “SS” es algo más que el gilipollas autosuficiente que piensan mis compañeros que soy y había estudiado todo lo que existe sobre este tío en la nube, incluida su alergia al ácido acetilsalicílico. Una inyección de aspirina en vena y el sujeto ya está listo para una anafilaxis recién salida del horno. Mano de santo. Ahí está el desgraciado, buscando aire en su garganta obstruida mientras convulsiona como un pez fuera del agua.
Puto pelirrojo. Ojalá estos mamones de la comisaría lleguen tarde para evitar salvarme y te mueras ahí mismo, en tu propia inmundicia.
Solo me queda esperar. Lástima que voy a perderme la paja diaria de las nueve. A ver si tengo suerte y mi vecina también llega tarde a su ducha. Es lo mejor de vivir en esta puta ciudad, poder ver a mi vecina ducharse.
Bueno, el pelirrojo ha dejado de moverse. Mejor, me gusta el silencio. Estos cabrones no van a venir en un buen rato, así que me dormiré. Total, a lo mejor les provoco un infarto cuando vean que no estoy muerto, sino durmiendo. Qué bien voy a dormir, joder, qué bien.