“Sé lo que vi…Le prometo que estaba desnuda, mirándome…” reiteró el señor Fitch. Por primera vez el detective no sabía si alguien mentía o no; el miedo de aquel hombre parecía real.
“Espero que sepa que, si usted incitó al perro a tirarse por el balcón, lo averiguaré”. El vecino le dio una larga calada a su cigarro y miró a un punto fijo en la mesa. Estaba absorto. “Y si así es, a usted le caerá una condena por maltrato animal”. Aseveró el detective. El hombre salió de su devaneo y asintió obedientemente. “Perfecto. Enséñeme el balcón”.
El vecino se apresuró a aplastar su cigarro contra el cenicero y ambos se levantaron. El señor Fitch desplazó la puerta corredera y le cedió el paso. Al salir al exterior, el detective se encaramó a la barandilla; habría unos 50 metros de altura.
Entonces concluyó que solamente había tres razones por las que el perro de la señora Fontenot saltaría. La primera, por pura inanición, aunque el instinto de supervivencia del perro le habría forzado a comerse el cadáver de su ama, que según la autopsia no presentaba mordeduras. La segunda, y la más probable, por incitación del señor Fitch. Aquel perro se estaría muriendo de hambre y quizás sus ladridos le molestaban. Sería el pretexto perfecto para librarse del perro. Y finalmente, la tercera y la más inverosímil; que el perro saltara horrorizado por el cadáver andante de su ama.
“¿A qué hora dice que la vio?”
“Sobre las 3:30 de la mañana. Me despertaron los ladridos del perro. Salí y la vi” y apuntó al balcón contiguo.
“Perfecto”. Sacó de su bolsillo unos guantes negros y se los enfundó. “Mañana a las 9 de la mañana tocaré a su puerta. Espero que pueda descansar un poco”.
“Oh no, tengo planeado quedarme en mi balcón toda la noche. No quiero que le ocurra nada malo a usted”.
“Usted sabrá”. Sin decir más, salió de la casa del señor Fitch, sacó una palanca de un bolso deportivo y forzó la puerta adyacente, quebrantando así el precinto policial.
Entró al apartamento ante la atenta mirada del vecino y cerró la puerta tras de sí. Lo primero que vio fue la sangre de la señora Fontenot impregnada en la moqueta. La mujer llevaba tres semanas muerta según la autopsia y el olor a carne descompuesta así lo confirmaba. Inspeccionó el apartamento y tras no encontrar nada relevante, se apoltronó en aquel sofá de otra época.
Horas más tarde, el ruido de la puerta corredera del balcón adyacente sacó al señor Fitch de su ensoñación. Miró su reloj de muñeca, eran las 3:30 de la mañana. Se espabiló y levantó la mirada. Entonces le recorrió un escalofrío al ver la figura del detective, que le observaba con la mirada perdida. Estaba completamente desnudo.
“¿Detective…?” Se irguió en su silla mientras su sangre se helaba al observar como el detective escalaba la barandilla y se arrojaba al vacío.