EL PROBADOR
Roberto Vega Mozo | Nómada

El sabor a whisky me persigue desde anoche. Cojo el paquete y dejo la pistola oficial en la guantera del Focus; la otra la oculto en el agujero de la suela de mi bota. Cruzo la calle y entro en el bar. Una mezcla de olor a veneno para cucarachas y amoníaco convive con restos de alcohol y con viejas colillas. Un camarero con cara de boxeador sostiene un trapo amarillento.
—Largo, está cerrado.
Su voz es áspera, cáustica.
—¿Tienes amapolas azules? —Es la contraseña.
Me estudia. Coge un móvil y escribe.
—¿Qué tomas?
Miro sus manos; comprendo el apodo: El Tenazas.
—Whisky con hielo.
Se abre la puerta. Entran tres tipos: un gorila descomunal, un yonqui esquelético con mirada de colgado y un tercero de cara afilada y de abundantes entradas: El Cuervo.
—Héctor —ordena El Cuervo.
El gorila me registra.
—Ni lo mires —digo, y señalo el paquete.
—Es suficiente, Héctor; parece que nuestro amigo está un poco nervioso.
—Terminemos con esto —digo al tiempo que apuro mi vaso.
—Bien, tranquilo, tenemos que probarla —dispone El Cuervo, y hace una señal al yonqui.
El tipo toma una muestra del paquete y la prueba; respira hondo. Su cara se tuerce mientras sus ojos tiemblan.
—¡Es buena! —susurra el yonqui—. ¡Excelente!
Me preparo.
Con el primer disparo, el gorila compone una mueca de espanto. Al tercero, cae con violencia. El Cuervo se gira; para entonces, una bala dibuja un pequeño agujero entre los ojos de El Tenazas, que ya me apuntaba con su escopeta; la salida desparrama los sesos del desgraciado sobre la desconchada pared.
—No lo hagas —ordeno a El Cuervo, que amaga con coger su arma. El yonqui compone una sonrisa macabra—. Déjala en el suelo.
Obedece.
—¿Qué te pasa, amigo? Puedo subir la oferta……
—Silencio —lo interrumpo.
Me escudriña.
—¿Quién eres?
—Piensa, imbécil.
—¿Tú…? Pero… eres… el hermano……
—Veo que has conseguido otro probador.
—Yo… no fue culpa mía. No sabíamos que era material defectuoso.
Está nervioso.
—Silencio. No he venido a charlar: prefiero matarte.
Cojo la escopeta de El Tenazas.
—Espera……
Le meto dos balas; la segunda le deforma el rostro.
Me vuelvo hacia el yonqui; sé que no debe haber testigos. Sé que debería ir al coche, coger mi pistola reglamentaria, volver, preparar todo para que parezca un tiroteo entre traficantes y pedir refuerzos (también una ambulancia). Sé que me la juego con cada segundo de retraso, pero… me recuerda demasiado a él: a su desgarradora vulnerabilidad, a la mirada perdida y cercana de mi hermano Carlos.
No veo al yonqui apuntarme con la pistola del gorila. Oigo la detonación; noto que mi pecho arde. Mierda… me ha dado de lleno. La sangre brota con fuerza; lo veo salir corriendo con el paquete, y sé que con ese material no durará ni tres días.
«No», me oigo decir, y al hacerlo todo se nubla, se hace más pesado, más denso, se corrompe. Me cuesta respirar. Siento frío, después… solo veo oscuridad.