El reflejo
Esther Cerón Núñez de Arenas | Esther Cerón

El reflejo
¡Qué día más largo! Todo había sido como a cámara lenta. Desde que cogió el coche para ir al juzgado, pilló un atasco monumental. Tendría que haber optado por el metro. La Castellana en hora punta era una trampa mortal.
Álvaro Sotogrande Velázquez, abogado como su padre y como su abuelo, a sus cuarenta años tenía una prometedora carrera y vida por delante. Se casó hace un par de años con su novia de toda la vida, aunque hay que reconocerle que sus buenas juergas se había corrido, eso si, con discreción.
En fin era hora de irse para casa. Laura, su mujer estaría ya de vuelta también y podrían relajarse con un buen vino. De camino pillaría algo de cenar, había quedado en que él se encargaba.
Con todos esos pensamientos deambulando por su mente salió a la calle. Había aparcado en la plaza que tenía alquilada al otro lado de la calle. No se fijó en el hombre que estaba apostado en la farola de la entrada al parking. Él solo quería llegar a su coche.
Entró al parking y fue buscando en su bolsillo las llaves del coche. Fue derecho a la plaza trece de la primera planta, su número de la suerte. Al pasar por una cristalera que daba a un lavadero de coches, cerrado ya, vio el reflejo de un hombre detrás de él y un destello a la altura del pecho. Luego un dolor intenso y todo se tornó negro.
Álvaro Sotogrande Velázquez había dejado de pertenecer al mundo de los vivos.
Laura se empezó a preocupar cuándo había pasado más de hora y media desde que su marido le aviso de que iba para casa. Le llamó al móvil varias veces pero terminaba por saltar el buzón de voz. Llamó al bufete a sabiendas que ya a las diez de la noche no habría nadie. Finalmente llamó a su suegro que vivía muy cerca del despacho.
-Seguro que se ha entretenido con alguien, no te preocupes, se habrá quedado sin batería- le contestó Álvaro padre, porque eso también era tradición, los primogénitos se llamaban Álvaro.
No obstante el señor Sotogrande también se intranquilizó, así que fue primero al bufete, que efectivamente estaba vacío y luego fue al parking pensado que estaba sacando también las cosas de quicio.
Cuándo se iba acercando sabía que el cuerpo que estaba en el suelo era el de su hijo y la sangre que había en el suelo no era un buen augurio. Álvaro estaba boca abajo pero de rodillas, en una postura rara, era como si lo hubieran colocado.
En frente en la pared había una nota escrita con recortes de letras “Por sus servicios“
Le resbaló una sola lágrima desde el ojo derecho y sintió dolor infinito llamó por este orden a la policía y a su nuera.
Álvaro junior había llevado un par de casos muy complicados. Su padre no tenía duda de que el asesino sería uno de los dos. Caso abierto.