No había tenido un buen día. Tres semanas investigando la desaparición de aquel dichoso cuadro y cuando encuentran parte del marco en una estación de tren y cree que el ladrón puede estar grabado en vídeo, le dan un golpe en la nuca y todo se funde a negro. Lo peor fue que al despertar, las grabaciones habían desaparecido dejando de nuevo la investigación a oscuras y a ella con seis puntos más en la cabeza. Llegar a casa y encontrar una botella de su brandy favorito en la puerta era, no obstante, un bonito gesto del karma para compensarla. «Por todo», decía la tarjeta. No recordaba haber hecho algo que lo mereciera, pero la aceptó sin rechistar.
Mientras hervía agua para prepararse uno de esos sobres de pasta a los que espolvorear con unos polvos de dudoso aspecto, miraba de reojo a aquel tentador brebaje dorado; la pasta acabó en el fregadero y ella tirada en el suelo, con todos los informes repartidos por el desgastado parquet y el brandy ayudándole a anestesiar su dolor. Reconoció el logo de la tarjeta: un búho con gafas que sujetaba un ratón entre sus garras. Últimamente lo veía mucho ya que era el logo de los Valentine, dueños del cuadro robado. Quizá se habían enterado del ataque y querían tener un detalle con ella, aunque le costaba creerlo ya que no les había mostrado mucha empatía. ¡Por qué debería! Solo habían perdido uno de los muchos cuadros de su colección privada, concretamente «Niña en campo de lavanda».
La vista se le nublaba, sin duda efecto de la medicación y el alcohol, pero siguió observando las fotos con detalle; había sido algo limpio y apostaba por alguien de dentro. La Barbie heredera había intentado cargarle el muerto a la chica del servicio. Recordó sus lágrimas, algo sobreactuadas para su gusto, al contarle que le había preguntado varias veces por el cuadro que su abuelo le había regalado siendo una niña por ser el violeta su color favorito. Tanto, que siempre vestía con ese color. Mientras su novio, un malote manirroto, se ganaba los cuartos mostrándose afectuoso.
Sintió que algo iba mal; ya no era solo la vista, sino que le faltaba el aire y tenía un sabor metálico en la boca. Intentó llegar al móvil mientras el cerebro le iba a mil: la botella, el mensaje escrito en tinta… morada. ¡Maldita niñata! Ella también se habría fijado en el trozo de tela violeta enganchada del marco que, hasta entonces, no apuntaba a nadie. Presentía, además, que el haber humillado al novio frente a su papaíto la había enfado. El «Por todo» de la tarjeta cobraba sentido: la venganza y salirse con la suya seguro que eran sus deportes favoritos. La voz de su compañero sonó al otro lado del teléfono, bromeando con lo dura que tenía la cabeza. «Heredera… Ladrona… Veneno… », murmuró.
Cayó sobre las fotos sonriendo amargamente. Iba a morir, lo sabía, pero lo haría habiendo resuelto su propio asesinato.