EL RELICARIO DE LA CALLE DEL DESENGAÑO
Sonia Serra Serra | ARCA

Caminaba con mi viejo amigo Ébano por la calle del Desengaño de Madrid cuando, a la cercanía de mi portal, vi una alforja antigua, hecha a medida para la mano de alguna buena mujer. Se encontraba minuciosamente dispuesta en una rebaba del lateral derecho de la calle, cuyo lugar no rendía a puertas ni portales. Mi perspicacia innata me obligó a observar mi alrededor en busca de alguna persona que estuviera esperando a cogerla, pero, por mi sorpresa, no había nadie.
Miré el reloj, eran las doce y quince minutos de la noche, y el portal quedaba a siete pasos más adelante, así, que sin más espera la cogí y nos dirigimos al piso. Mis dotes detectivescas me hicieron analizar la alforja con gran detenimiento, era un bolso de colores llamativos y de detalles decorativos impresionantes, mi deducción y aprendizaje me hizo pensar que podría tratarse de una bolsa de mano victoriana, próximo del siglo XVI.
La tentativa que me perseguía solo en ver la alforja en la calle, era saber lo que ocultaba en su interior y al momento de acariciar el asa, con la intención de abrirlas, Ébano, que era de pocas palabras, soltó un no tan rotundo y de alta definición, que mis manos la soltaron, temblorosas, provocando la caída del propio bolso en el suelo.
En ese preciso instante, empecé a escuchar un terrible tic-tac resonante que atendía al eco de todo mi comedor; agudizando mis sentidos advertí, que ese extraño ruido provenía del interior de la alforja. Al momento, mi pensamiento empezó a deducir posibilidades sobre el posible objeto que se escondía en el interior. Mi primer miedo, siendo yo, una gran detective seguidora de crímenes y acontecimientos sin resolver, fue pensar que en su interior albergaba un artefacto con detonador.
Mi sentir, era un cruce de emociones; tenía muchos nervios de intriga y descubrimiento, los cuales, se mezclaban con el temor de que el objeto ocultara algo malo. Sin más postergación decidí abrir la alforja.
En su interior había…
Mi mente no sabía cualificar ni definir que arquetipo de objeto se trataba, parecía un pequeño platero muy original y único en el mundo entero. Lo tenía postrado en mi mano, intuyendo que mientras el pequeño joyero emitía el extraño compás, la base de él mismo, vibraba como si algo estuviera a punto de abrirse.
Atónita, miré mi reloj y, faltando nada y menos para la una en punto de la noche, Ébano se levantó con muy mal semblante y empezó a volar, fue ese el momento en que la cajita se abrió.
Miré en su interior y pude ver que, el pequeño relicario, únicamente resguardaba un reducido y antiguo trozo de papel. Empecé a desplegar con sumo cuidado el crudo pliego y, poco a poco, iba vislumbrando trazos de tinta que, al tenerlo totalmente abierto, descubrí que se trataba de un viejo mapa de la Iglesia de San Martín de Tours. Ébano, mi cacatúa negra de las palmeras, soltó un angustioso silbido que iba acompañado de una resonante palabra, peligro.