Cuando hay misa en el pueblo la costumbre es acudir desde casa dando un paseo a pie o aparcar los coches en las cunetas formando una hilera kilométrica que hacía imposible la circulación en ambos sentidos por la carretera, ya de por sí bastante estrecha. Esos días suele haber una afluencia masiva de gente, ya que la escasez de vocaciones obligaba al cura a repartirse entre varias parroquias y no todos los domingos podía celebrarse. Esta semana el coche del cura no ocupaba su plaza de aparcamiento reservado cerca de la sacristía, en su lugar había un Land Rover que destacaba ya desde lejos entre los pequeños y viejos coches de la gente del pueblo.
La curiosidad por ver qué hacía allí y saber de quién era pudieron con él y se acercó al vehículo. Le llamó la atención lo pulcro de su interior en contraste con su exterior totalmente lleno de barro, tanto seco como reciente, formando varias capas superpuestas de distintos tonos de marrón, que salpicaba la carrocería y los cristales e impedía distinguir algunos números de la matrícula.
Elsa era de esas personas que piensan en su vehículo como algo útil, no como un accesorio con el que presumir: no tiene por qué estar limpio y cuidado por fuera, sino por dentro, como si de una prolongación del salón de su casa se tratara. Y así era: el interior estaba impoluto y gracias a que el cristal de la puerta del conductor estaba bajado hasta la mitad, se podía apreciar un aroma muy agradable de vainilla, sumado al del cuero de los asientos, la cera para evitar que se agrieten, y algo de tabaco. Todo ello mezclado con un perfume femenino imposible de catalogar.
En el salpicadero había unos sobres certificados y en el asiento del copiloto una bolsa de cámara (vacía) de cuero muy gastado, pulido incluso, y llena de arañazos, que denotaba muchos años de aventuras. Destacaba, sobre el color verde oliva del interior, en un pequeño hueco que pareciera dedicado exclusivamente para ella, una navaja suiza de color rojo intenso, y colgando del espejo interior unas gafas de sol de aviador. Unas gomas de pelo colocadas en la palanca del cambio de marchas ponían la única nota femenina. En los asientos traseros, tirada de cualquier manera, una chaqueta de cuero marrón. Estaba siendo una mañana más calurosa que de costumbre.
Terminada la revisión del vehículo, como si todos sus sentidos hubieran estado al cien por cien dedicados a inspeccionarlo empezó a oír voces. Eran voces de diversas personas que iban en aumento y de entre todas ellas destacaban las del cura! Y parecía muy enfadado.
Diego se dirigió hacia la entrada de la iglesia despacio, meditando si sería mejor dar media vuelta e irse, pero mientras lo sopesaba, los pasos, como si fueran guiados por una fuerza contra la que no podía resistirse, ya le estaban llevando por el camino empedrado que rodeando la ermita conducía hasta la enorme puerta de madera, entreabierta.