—Al salir del baño abrí la puerta,sentí una presencia,un zumbido acercándose a gran velocidad y un golpe seco en la coronilla. Reboté contra la pared y me derrumbé,dolorido y mareado.
—¿Se ha desmayado? —preguntó el metre del restaurante.
—No,he caído casi inerte.Entonces,el atacante me ha arrebatado el anillo y he podido ver el arma:una sartén jaspeada.¡Embestido por un sartenazo!
—¡Salvaje!
Una señora empapó una servilleta salpicada con salsa de cordero y presionó en la herida de la víctima, que resistía con dignidad la notable profusión de sangre generada por el impacto a traición.
La llegada de la autoridad ordenó el vocerío. Un agente no uniformado informó al gerente:
—No va a entrar ni salir nadie hasta que hayamos inspeccionado el local.
—Tampoco ha salido nadie antes del suceso.
—¿Hay cámaras?
—Sí, pero ninguna enfocando la entrada a los aseos.
—¿Y el objeto de la agresión?
—Una sartén jaspeada. Alguien ha debido de entrar en la cocina y cogerla.
—O una persona del equipo.
—¡No tengo criminales en mis filas!—se indignó el gerente.
—Hoy hay uno en el restaurante.
Rufino Melgares aguardaba en la sala de descanso, con la camisa blanca ensangrentada y un suéter atado a la cintura de color carne, mientras sostenía una bayeta que frenara la hemorragia.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el policía examinando a la víctima.
—Sí, gracias.
—Lástima de camisa, se le está manchando de sangre —argumentó el oficial tocando una de las mangas.
—Philipp Plein, prefiero ir a la tintorería que al hospital.
La víctima se secó con un pañuelo y le cayó una pajarita del bolsillo.
—Me la quité, necesitaba oxígeno, temí desmayarme en el baño.
Fue entonces cuando la víctima narró su historia.
—¿Podría indicar algún detalle del calzado del atacante? Nos ayudaría.
—Caí grogui. Al detectar que tenía alguien a mi espalda, me giré y fui agredido.
El policía asintió y llegaron los sanitarios.
—Antes que lo atiendan, revisaremos sus pertenencias.
—No entiendo—repuso Melgares estupefacto.
—Yo tampoco entiendo su estilismo: una camisa de 1.000€ con las costuras en mal estado, una pajarita, un jersey para taparse el pompis…
—¿Qué majaderas son esas?
A un chasquido de dedos un agente cacheó a la víctima. Al descalzarlo apareció el anillo presuntamente robado.
—¿Cobrar el seguro y revenderlo? Apuesto a que sí. Aprovechó el trajín en cocina para entrar y ser confundido con un camarero. Con la camisa blanca y la pajarita podía estar medio minuto sin que nadie viera que no se trataba de alguien del equipo, sisar una sartén y esconderla en la espalda, solapada con el suéter. El resto: fue al retrete y se autolesionó. Si no vio nada, ¿por qué sabía que le habían golpeado con una sartén? Si el atacante se hubiera protegido con ella, al armar el brazo para golpearlo habría tenido tiempo suficiente para forcejear. Y la camisa, bonita, pero falsa.