El secreto de los Rossmore
Marco Matus Becerra | M. A. Matus

—Inspector, quiero que revise esta habitación, incluyendo el cuerpo de mi marido, y me diga con detalle qué fue lo que pasó —dijo la señora Rossmore en lo que más que una petición parecía una rogativa.
El inspector Jonh Trevor recorrió el lugar con la agudeza que sus veinte años de profesión les habían dado a sus sentidos, una vez que tuvo en su mente cada pieza del puzle, tomó asiento frente a la señora Rossmore y como era habitual en él, sin mayores expresiones y abstrayéndose de cualquier apreciación personal, comenzó a relatar la escena que con las pruebas había armado en su cabeza.
—Lo primero que puedo decir señora Rossmore, por la trayectoria de la bala, es que fue disparada a una altura de aproximadamente un metro veinte, el asesino tomó el arma que el señor Rossmore tenía guardada en el primer cajón de su escritorio de roble, el cual se encontraba abierto, y con ella realizó un único disparo que impactó en el pecho de su marido provocándole la muerte de forma instantánea, no existen signos de lucha, tampoco se forzó la puerta de entrada, así que puedo concluir que el asesino no era un desconocido, muy probablemente era alguien con quien su marido se sentía muy seguro, al punto de dejarle a la mano su arma personal. ¿Es esa su hija? —preguntó el inspector señalando la foto de una niña encima del escritorio —la mujer asintió— ¿Qué edad tiene?
—Cumplió nueve años el mes pasado.
—¿Debe medir un metro y medio, o me equivoco?
—Sí —la mujer entendió hacia dónde iba esa pregunta, estaba preparada para que el inspector le dijera lo que a este punto se imaginaba que él ya sabía.
—Señora Rossmore, sé que usted me dijo que me limitara a relatarle los hechos que la evidencia me mostraban, pero me atreveré a darle mi interpretación de lo que paso —al escuchar esto la mujer se estremeció— creo que su marido entró aquí con usted, probablemente luego de una intensa discusión, quizás por descuido o por una falsa sensación de seguridad tenía abierto el cajón donde guardaba su arma, usted intuyendo que el tono de la pelea avanzaba hasta lo que sería una buena paliza y cansada de esta situación de años de abusos, se abalanzó hacía el cajón en dónde sabía que se encontraba el arma de su marido, tropezó cayendo a un lado del escritorio, estiró su mano y estando en el suelo le propinó a aquel hombre que una vez prometió amarla en la salud y en la enfermedad, pero que se había convertido en su verdugo, un único disparo acabando con una vida de sufrimiento. Eso es lo que en mi opinión pasó y lo que usted debería declarar ante las autoridades.
—Muchas gracias, inspector —dijo la señora Rossmore mientras escuchaba las sirenas que indicaban la llegada de los vehículos policiales y encendía el que sería el último cigarrillo que fumaría en libertad a lo menos en mucho tiempo.