Había dos cosas que Joana aborrecía de su profesión; una, que la llamaran cipaya y, la otra, que se sospechase de sus compañeros. Y allí estaba ella, en aquel pueblo de mierda de la costa vizcaína en donde nunca pasaba nada, tratando de pillar con las manos en la masa a un colega como sospechoso de ser cómplice en una red de tráfico de droga.
Le prepararon una identidad falsa, un pequeño apartamento y le buscaron un trabajo en el bar que más frecuentaba Markel, . Su jornada en el bar comenzaba a las cinco de la tarde y terminaba a medianoche. Markel solía echarse un par de cañas al salir de comisaría, por lo que en los tres meses que llevaba en el pueblo ya se había creado entre ellos un poco de confianza.
Tras salir de trabajar Joana se iba a correr durante una hora por las calles del pueblo, pero con interés especial por el puerto. Esa era una parte importante del plan. Que nadie sospechase nada de ella si la veían a esas deshoras fisgoneando entre los barcos.
Llevaba tres meses y de momento no había visto indicio de ningún movimiento sospechoso ni le había parecido que Markel fuese un tipo que se metiese en esa clase de líos. Aquella misión de mierda no le estaba aportando nada, a excepción de los dos trancazos que había pillado desde que estaba allí.
“De mañana no pasa”, se dijo, mientras volvía a salir a correr bajo la lluvia. “Mañana mismo les digo que me piro. ¡Que no me saqué las oposiciones para estar trabajando en un bar, joder! ¡Que manden a otra, ostias!”
De repente una voz conocida le sorprendió:
– Pareces enfadada- le dijo Markel, enfundado en un chándal y poniéndose a correr a su par.
– ¡Joder, qué susto me has dado!- le contestó- ¿Qué haces tú corriendo a estas horas de la madrugada? ¿Mañana no trabajas o qué?
– Sí que trabajo, pero no conseguía pegar ojo y he salido a correr. Mejor ponerse en forma que pasar las horas muertas mirando el reloj. ¿No te parece?
– Sí, claro que sí. Yo llevo ya una hora, así que me retiro.
– ¡Qué pena! Esperaba correr un rato juntos.
– Otro día. Hasta mañana- se despidió Joana.
No obstante, en vez de marcharse le siguió desde la distancia. “Tal vez esta noche ocurra algo…”. Observó que Markel, de vez en cuando, miraba hacia atrás, como para comprobar que nadie le seguía. Corría por le puerto cuando de pronto desapareció. Joana echó la mano a la pistola y se acercó con sigilo hasta el último sitio donde le había visto. Una pequeña embarcación arrancaba con Markel dentro. “Te pillé, cabronazo, te pillé”, pensó al saltar a la embarcación.
– Sabía que vendrías conmigo- le dijo en cuanto la vio-. Trabajar de cipaya espiando a colegas no va contigo.
Joana sabía que en el fondo tenía razón. Pero dos eran demasiados en una embarcación tan pequeña.