20 de enero, 1920, llevo dos meses como inspector en Las Palmas, mal empieza el domingo teniendo que llevar en el coche al juez y a su secretario para un levantamiento de cadáver, cuando llegamos al Parque de San Telmo los guardias alejaban a los curiosos de una zanja de obra, allí en el fondo, el cadáver semidesnudo de un hombre. El forense ya había comenzado su trabajo.
— varón, unos 50 años, aspecto extranjero, seis incisiones con navaja, estaba muerto cuando lo tiraron — informa el médico.
Carmelo el Rubio duerme por las noches en el parque, declara que esa madrugada un coche aparcó junto a la zanja y se bajaron dos individuos que no hablaban español.
Pronto la foto del muerto recorre los hospedajes de la ciudad, Pieter Verwoerd, sudafricano, registrado en el Hostal Montevideo. Sus pertenencias: un macuto, ropa, unas fotos, un par de libros uno de ellos con lo que parece una dedicatoria en afrikaans y una nota a lápiz ‘Sebastian, Rosarito 32’.
La dirección corresponde a una gallera del puerto, el dueño reconoce al difunto:
— Vino el sábado, discutió con míster ‘melmo’ el inglés y lo echamos a patadas.
El inglés es Sebastian Melmoth, trabaja en el consulado, es conocido en toda la ciudad como «facilitador» de negocios , le interrogamos en el Club Británico.
— Me preguntó sobre una mujer, no le dije nada y se puso violento. – Nos dijo.
— ¿Recuerda quién es ella? — pregunté.
— Sí, Eva Viljoen, quizás la conozca como Eva Roberts.
— ¿la esposa del exportador? — Esto se pone muy serio.
La villa de los Roberts está a unos kilómetros de la ciudad, en el monte, rodeada de viñas sobre tierra volcánica. La señora Roberts y su esposo nos reciben en el salón.
— Lo conocía, fue socio de mi primer marido— contestó, con un fuerte acento, alemán o holandés— era un mal bicho.
— ¿Sabe por qué la buscaba?
— Él y Jan, mi marido, acabaron mal, problemas de negocios.
— ¿ Qué tipo de negocios? — pregunté.
— Trapicheaban con piedras preciosas. Cuando Jan murió me acusó de que le habíamos robado, tuve que salir del país.
— ¿sabían ustedes que el sr. Verwoerd estaba en Las Palmas?
— No —quien respondió fue mr. Roberts— inspector gracias por venir a decírnoslo, mi esposa ya ha sufrido demasiado, esta pesadilla se acabó.
El cementerio británico de Las Palmas está en una colina con magníficas vistas del Atlántico. Solo tres personas, Hugo Bruins, comerciante holandés, el oficiante anglicano y yo, asistimos al entierro de Pieter Verwoerd.
Cuando terminó la ceremonia, Hugo, se acercó a mí.
—Inspector, traduje la dedicatoria del libro que usted me pasó—me dijo—No es una dedicatoria, es…una acusación. Juzgue usted—me alargó un papel.
“Ella mató a Jan y nos robó los diamantes, la buscaré aunque se esconda en el último agujero del mundo.”
Leí la nota, la rompí y arrojé los trozos al suelo.
— Asesinan a un extranjero borracho —comenté— tenemos un grave problema de delincuencia, ¿Le puedo invitar a un café?