Cuando tenía 9 años. Mi abuelo me hizo un aro para jugar basket ball, en lo alto de una escalera de madera. Era portátil y lo pusimos en la calle para estrenarlo. Lo probaba tirando el balón, intentando encestar.
De repente se escucho un grito. :- ¡Hay un muerto en la esquina! Al fondo de la calle, la gente se juntaba para verlo, un corro enorme de gente. Fui a chismear y me abrí paso gracias a mi tamaño, era muy bajito. Cuando logré llegar a la primera fila, vi un cuerpo de un señor gordo de unos treinta y tantos años, tirado en el suelo. Su cara era redonda, con barba cerrada negra, era cacarizo, la cara estaba sudada, su cabello despeinado ceboso negro le caía en un costado, sus ojos a medio cerrar o a medio abrir como cuando la gente se duerme y deja sus ojos entre abiertos, le escurrían lagrimas. En todo su pecho, se advertían pequeños puntos de sangre, eran muchos, más de veinte seguro, no los conté. Una persona susurrando, dijo : “Se lo chingaron con un pica hielo”. Su cuerpo estaba en una posición extraña.
Abrieron paso y un hombre dejó una veladora a un costado del cuerpo. Una señora llegó hasta él, soltó un grito tremendo, se tiró al suelo y lloró, lloró tan fuerte que la cara deformada de la señora me asustó y me fui de ahí.
Aprendí lo que eran las pesadillas.
El cuerpo del muerto y la cara de la mujer que lloraba se me aparecían, a veces, ni siquiera estaban heridos o con sangre, a veces se aprecian en el salón de algún vecino, limpios, bien vestidos, riendo, pero en mis sueño sabia que eran ellos, el solo hecho de pensarlo me despertaba y me ponía a llorar del miedo.
Yo no me hice militar por casualidad, ni por hambre. Me hice militar porque me gustaban las artes marciales y en el barrio decían que en el ejercito estaban los mejores y que para ser militar, había que tener el sueño muy ligero.