EL SUICIDIO DEL RENCOR
PEDRO ANGEL SERRANO MOLINA | P.HIGHLANDER

Se ha suicidado. Al final lo ha hecho, sollozó con los labios encharcados de lágrimas.
Tras ser retirada del aposento, el detective se dirigió al baño donde el cuerpo de su marido yacía apoyado contra la pared, con una mirada de cabra congelada. El detective observó el vaso sobre el hueco de la mano abierta y un líquido trasparente derramado bajo ella. La señora de la casa declaró escuchar su caída mientras preparaba el desayuno en la planta inferior.

El detective se reclinó hacia el cuerpo y aproximó su mirada al rostro hasta tocar la nariz con la suya. Lanzó un respingo de asombro y levantó su mirada hacia el agente.

—Necesito que la señora salga de la casa. El agua que se derrama de esta mano contiene Ricino para matar a diez hombres. La autopsia lo descubrirá en su estómago. Pero esta boca no lo ha bebido de forma voluntaria. Tengo otra teoría.

La casa fue desalojada hasta quedar solos el detective y el agente.

—Agente, dígame —Habló el detective mientras se ponía en pie para invitarle a salir del baño— ¿Qué es lo que «no-hace» un hombre si se va a suicidar?

—¿Arreglarse? —Contestó el agente con mil dudas.

El detective sonrió, y mantuvo el gesto mientras descendían a la planta inferior de la vivienda. Acariciaba la gruesa baranda de caoba sumido en la reflexión. Se detuvo ante uno de los retratos colgados.

—Dígame agente, ¿Qué es lo que «no-necesitó» uno de estos difuntos para ser retratados?

—Sin duda detective, creo que sí necesitaron arreglarse, pero, …
—Y, ¿qué ocurriría si aproximara su olfato a este señor retratado? ¿Cree que le aportaría información sobre el sujeto?
—No detective. No sabría nada. Olerá a pintura antigua. —dijo con seguridad el agente.
El detective lo miró y asintió con orgullo.
—Pues bien. Lléveme a la habitación de la hija. Está abajo. —dijo haciendo chirriar de nuevo los peldaños.
—La hija vive en el extranjero, señor. Sólo viene cada seis meses, y…
El detective le interrumpió con la mano.
—En su habitación está el arma del crimen, agente.
Abrió la puerta de la habitación de la hija y no se detuvo. Se dirigió directo al baño.
—Agente, ¿observa algo que no debería estar aquí? ¿Algo que sobra? —preguntó el detective con gesto de gozo.
—Señor, todo parece en perfecto orden. No ha sido usado en meses.
El detective se apoyó relajado en la pared frente al espejo. Se miró y bajó los ojos hasta el lavabo.
—La boca abierta y muerta de ahí arriba huele veneno, pero también a clorofila —Se interrumpió para señalar con la mirada a la parte superior del lavabo— Ahí tiene el arma del crimen. Ningún suicida se cepilla los dientes antes de matarse.

—¡Dos cepillos de dientes en el vaso, señor!
—Agente, uno de ellos estará húmedo, de agua, pasta de dientes y veneno.
—Pero, señor —quedó pensando el agente— ¿Y si fue un suicidio, además de querer incriminar a su mujer?

—Entonces será el suicidio del rencor perfecto —concluyó.