EL TALISMÁN DE LA LOCURA
David Herrero Sánchez | Vito Andolini

Tras unas semanas de agonía el padre de Arturo falleció en el hospital. Mientras que el hijo se sumía en una fuerte depresión, que apenas podían aliviar los compañeros de trabajo de su padre. Compañeros agradecidos a uno de los mejores comisarios de policía que había tenido la ciudad.
Arturo pensó que lo mejor era ir a un psiquiátrico para tratar de librarse de tanto sufrimiento. Eligiendo uno que estaba muy bien considerado, con unas instalaciones modernas y en un paraje muy bonito a treinta y tres kilómetros de la ciudad.
Nada más llegar, Arturo albergaba dudas. Recordaba viejas historias de cómo eran antes los psiquiátricos y como allí encerraban a los locos. Todo sazonado con imágenes mentales de películas en las que los loqueros mojaban a los enfermos con mangueras y los tupían a drogas que les dejaban catatónicos.
Cuando Arturo entró en el despacho del director del centro, le comentó todos estos pensamientos al psiquiatra, el Dr. Flores Asturianos. Alguien que tenía cierta relación con la medicina legal. Una persona bonachona y amable que le convenció de que olvidara todas esas historias del pasado, que el cine y la literatura se habían encargado de exagerar. Hablando de cómo ahora la Psiquiatría no tenía nada que ver con las cosas que se practicaban antes en los sanatorios mentales.
Mientras el psiquiatra hablaba, un fuerte tintineo se escuchó cerca del despacho. Arturo se sobresaltó, pero el doctor le tranquilizó diciendo que era un pájaro carpintero en el jardín. Mientras se levantaba de su silla y miraba a través de la ventana los parterres del exterior.
Tras una pequeña duda, Arturo se inclinó sobre el impreso de autorización para firmarlo, mientras el Dr. Flores se lo acercaba con una gran sonrisa y un gesto de comprensión y cariño. Cuando lo estaba firmando, y no veía la cara del buen doctor, éste cambió su expresión por completo, por una de odio y desprecio, que Arturo no vio.
Una vez que estaba la autorización firmada, el doctor cogió el impreso rápidamente y lo guardó en un archivador bajo llave. A continuación llamó por el interfono a dos enfermeros que parecían sacados de un concurso de halterofilia. Los cuales entraron en el despacho y sin mediar palabra, se llevaron a Arturo de manera violenta. De nada sirvieron las protestas del nuevo paciente, ya que el psiquiatra le dio la espalda mientras los enfermeros se llevaban a Arturo.
En el pasillo Arturo pudo ver cómo el tintineo que oyó antes no era un pájaro carpintero, sino un paciente dando golpes obsesivos en una reja, y al llegar a su celda acolchada, fue desnudado para colocarle posteriormente una camisa de fuerza, y ser tirado allí sin ningún miramiento.
Mientras nuestro protagonista lloraba sin parar al ver su error, el Dr. Flores se acercó a la ventanilla de la puerta, miró fijamente a Arturo y le espetó: “Tu papá encerró al mío, ahora yo te encierro a ti”.
Fin