El taxista
Lidia San Emeterio Arroyo | Galerna Tramuntana

«El taxista no tenía forma de saber si llevaba a sus pasajeros a algún acontecimiento trascendental de su vida o sólo a un momento más» – «El Psicoanalista», John Katzenbach.

El taxista es un intermediario.

El taxista observa al pasajero cruzar el umbral de la puerta, lo saluda, encuentra su mirada (o no) y espera que su voz pronuncie un destino. Lo observa en el retrovisor sentado en la parte trasera. Ninguno de los dos busca necesariamente la conversación y si surge, sea forzada o no, deciden si la continúan. Sus palabras, sus ojos en el retrovisor o su voz formarán parte de sus últimos datos registrados al llegar a su destino.

El taxista vincula un punto de partida marcado a golpe de mano levantada, parada, petición o aplicación con un destino. Pasajeros sonrientes, cansados, pensativos. Emoción, estrés o rutina en trayectos desde o hacia estaciones o aeropuertos. Ojos que miran sin ver proyectando imágenes en las ventanillas. El taxista lee e imagina historias a través de las miradas inversas del retrovisor.

El taxista y el pasajero están solos en un entorno relativamente privado. Aún así, a pesar de esa intimidad, es probable que olviden sus caras en el intercambio de agradecimientos al abandonar el coche y que no sean capaces de hacer una descripción física detallada el uno del otro si se lo piden segundos después.

El taxista podría estar llevando al pasajero a un suceso importante, a un antes y después en su vida. Ese suceso podría ser un crimen o tal vez su propio final y entonces, diluido por la dificultad en identificarlo y/o localizarlo, caería sobre él el peso protagonista del «yo lo llevé allí».

Y quizás sea precisamente el taxista que lleva al pasajero a un lugar donde su existencia cambie o acabe quien pueda ofrecer el testimonio más acertado sobre su expresión o estado antes de ese potencial momento clave. Sea cual sea la misión del pasajero en el destino, el taxista será un testigo y partícipe de su vida pero, probablemente, cuando exista tal suceso ―si es que existe―, ni el pasajero ni él lo recordarán.

¿O quizás sí?